Capítulo cinco

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Emma:

Golpeé la pelota con torpeza y la tiré mucho más lejos de lo que debía hacer. Puse mala cara y cerré los ojos por unos segundos. 

Estaba pasándola mal, y no me cabía duda alguna de que James estaba sintiendo la jodida vergüenza ajena, pero no podía culpar al chico por sentirse así, yo era un desastre completo en el voleibol. 

Me di la vuelta para ver a Kendall, y con un gesto de manos intentó alegrarme y alentarme a seguir los ejercicios con calma. 

Y pensar que sólo había pasado una media hora... una media hora de puros malos golpes. Creo que no habíamos podido coordinar un solo tiro. Bueno... yo no podía. Tampoco era que le estuviera poniendo el mejor de mis esfuerzos. Si estaba presente de mala gana, ¿qué podía esperar? ¿Que me resultase todo bien...? 

—Tranquila, ya mejorarás. 

—Lo dudo. 

—No seas pesimista, Em. 

«Em...»

No mucha gente solía abreviar mi nombre, generalmente sólo las personas de confianza, como mi familia. 

—No me gusta jugar —confesé. 

—¿Por qué no?

—Supongo que los deportes no son lo mío. 

—¿Y qué es lo tuyo? —inquirió. Había estado muy conversador conmigo desde que habíamos empezado a jugar. Respondía a sus preguntas con las palabras justas y necesarias. No entendía por qué tenía tanta curiosidad en saber tantas cosas de mí. Me había estado interrogando sobre mi familia, si tenía animales, cuántos años tenía, qué día había nacido... quizás sólo quería hacer conversación y no pasarnos la clase entera sin cruzar palabra alguna. 

En cierta manera me gustaba que fuera conversador, el silencio podía haber sido incómodo de haber estado en un principio, pero por otra parte prefería que, en vez de divagar tanto, James entablara una conversación sobre algún tema que pudiésemos debatir sin necesidad de decir hasta el color de nuestra ropa interior. 

—Estás preguntándome mucho —le hice saber. De alguna forma, después de tanto parloteo de su parte, ya me sentía con un poco más de confianza con él, pero claro, tampoco era para exagerar. 

Se puso en la posición correcta, esperando la pelota que yo debía lanzar. El saque del voleibol era lo que peor me salía; o volaba a ochocientos metros de mi compañero, o salía en diagonal y le pegaba en la cabeza a la profesora, que por cierto, me llamó dos veces la atención por esa misma razón. En mi defensa, no lo hacía apropósito.

—¿Te incomoda? Discúlpame. 

—No lo hace, pero si vamos a seguir hablando me gustaría hablar de algún tema sin necesidad de contarte todo de mi vida —respondí, y lancé la pelota. Mi intento de darle derecho funcionó, pero se me fue un poco la mano con la fuerza. 

—¡No tan fuerte! —corrigió y salió en busca del objeto. 

Suspiré. 

Un rato más y ya estaré fuera de la tortura. 

Las palabras de Kendall volvieron a mi mente, pero intenté alejarlas para ahorrar sentirme mal. No era momento de pensar en que era una miedosa. 

—No te apresures a lanzar, hazlo tranquila, ¿sí? Tienes que concentrarte y colocarte bien para hacer el saque. Si estás mal posicionada es obvio que saldrá mal.

—Detesto esto. 

—¿Quieres que te enseñe? —ofreció—. Puedo hacerlo, no creo que los profes tengan algún inconveniente con ello. 

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora