Capítulo treinta y dos

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Aiden:

No muchas veces tuve las oportunidades de ponerme celoso por una persona, y siempre estuve bien con ello. Pero ahora el juego de los celos cambiaba, se daba vuelta, se modificaba para dejarme parado adelante de mi casillero y con la mirada fija en la chica que empezaba a meterse sorpresivamente en mi cabeza. Tragué saliva mientras mis cejas su fruncían con disgusto. No quería que me vieran observar a James y a Emma de esa manera, pero no lograba hacer que el problema en mi semblante desapareciera.

Me aferré a la cuerda de mi mochila con molestia y solté el aire que estuve acumulando. ¿Qué era lo que James hacía abrazándola? Sé que una vez fueron compañeros en un trabajo de educación física hace unos meses, en el comienzo de las clases, justamente el día en que ella y yo lo fuimos, y no más de tres o cuatro veces los vi hablando en los pasillos, pero ella siempre parecía querer deshacerse de James. Ahora que los veía demasiado juntos, esa idea que tuve de ambos se explotó como una simple burbuja para dejarme ver lo que había en realidad. Una amistad.

Seguí las manos de James cuando bajaron un poco. Para ser exactos, hasta la mitad de la espalda de Emma. Por un momento pensé que bajaría hasta una parte más privada, y ya me estaba preparando para caminar hacia él y empujarlo contra uno de los casilleros. No me gustaba lo que estaba empezando a sentir por ella. Fuera lo que fuera, quería que desapareciera de mi mente y de mi pecho, porque no me gustaba cómo se sentían los celos. Y menos por alguien a quien no podía tener. Porque, lo que pasó el otro día, seguramente no traspasó la mente de Emma como lo hizo con la mía. Ella no sentía nada por mí. Y por cómo abrazaba a ese chico con esa sonrisa, pude dejarlo más claro. Tuve que controlarme para no ir a separarlos bruscamente a ambos. No me gustaba verlos juntos.

La mirada de Emma chocó con la mía y fue como un choque de electricidad que me hizo reaccionar y apartar la mirada. Me di la vuelta, puse la combinación en mi casillero, y saqué el libro que necesitaba para la próxima clase. Sin más que hacer, cerré la puerta con más fuerza de la esperada y, conteniéndome para no volver a verlos, pasé por su lado como si no me importara en lo absoluto.

Doblé por el pasillo izquierdo y subí las escaleras. Vi a Madison a lo lejos y me apresuré a alcanzarla para hablar con ella.

—Madison, espera un momento —levanté la voz para que me escuchara. Algunos se daban la vuelta para verme, pero ella hacía como si no existiera—. ¡Madison!

Mi hombro chocó contra la de un chico, quien, siendo un idiota, en vez de pedirme disculpas o dejar que yo me disculpara, me insultó. Pude haber respondido, pero preferí no hacerlo para no desenfocarme de lo que era importante.

La verdad no sé qué es lo que esperaba lograr con Maddie sabiendo que en su momento me odiaba por lo que hice, pero tenía que intentarlo. Si el día empezó mal fue por culpa de lo que confesé, así que lo menos que podía hacer era intentar solucionarlo.

—Oye, por favor, espera un momento —la tomé de la mano, pero rápidamente se zafó.

—No quiero hablar. ¿No te quedó claro? Estoy intentando evitarte. No me toques. No me hables. No me mires. No hagas nada que tenga que ver conmigo. La cagaste, Aiden, ahora no pretendas poder arreglar nada. Sólo vete y déjame en paz.

—¿Te está molestando, Mad? —dijo alguien a mis espaldas. Rápidamente deduje de quién se trataba.

Cerré los ojos un momento y dejé escapar un suspiro de molestia. Seguramente hoy volvería a casa con un moretón en la cara o en el estómago. Me di la vuelta para enfrentar al ex novio de Madison.

—Este tema a ti no te incumbe, así que vete. No te metas.

Entrecerró los ojos. Me miraba desafiante. Ambos teníamos la misma altura, la misma mirada de seriedad y las mismas ganas de matarnos. El año pasado, cuando mis años escolares seguían en su ritmo adecuado, no tenía problema con Zedd, sólo me parecía un idiota por sus comentarios tontos, pero nada más. Eso fue hasta que se enteró de que andaba en algo con Madison, por lo que se molestó demasiado y de ahí empezó a marcarme la cruz siempre que me veía pasar.

La Tristeza De Sus Ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora