Capítulo veintiocho

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Emma:

Voy a ser honesta: que Aiden estuviera parado en la puerta de mi casa no era algo que me hubiera esperado. La tarde de lo que sería un aburrido viernes terminó siendo más interesante de lo que esperaba. 

No pude ocultar la sonrisa de mi semblante y eso hizo que mis mejilas se colorearan de un tono rojizo pálido. Nuestros ojos chocaron y él formó una media sonrisa (algo falsa) en su cara. Fruncí las cejas un momento y pedí que mis recientes y fuertes nervios provocados por la sorpresa salieran de mi cuerpo para así poder pensar con claridad. ¿Por qué Aiden parecía estar fingiendo una sonrisa?

Bajé la mirada hacia los niños que tomaban la mano de su hermano y les regalé una sonrisa a ambos. El pequeño Nick me sonrió con amabilidad y confianza. Cassie, en cambio, seguía manteniendo esa tímida postura. Me recordaba mucho a mí.

—Hola, Emma —me saludó mi amigo. 

Se sentía bien llamarlo de esa forma... 

—Hola, Aiden. Es una sorpresa que vinieras por aquí. No sabía que vendrías —dije. Qué bueno que yo traía puesta ropa linda. A pesar de que él estuviera manteniendo una especie de... relación... me importaba verme linda para él. ¿Eso era malo? 

—Sí, perdona que no te llamara, olvidé avisarte —rodó los ojos y negó—. Quería venir porque necesito hablar con alguien —confesó. Juro que sus ojos se cristalizaron—. Pero si no puedes, está bien. Yo debería haberte mandado al menos un mensaje. 

—No, está bien... —me apresuré a decir. 

—¿Segura?

—Sí —asentí—. Pasen, los chicos pueden ir a arriba a jugar con Katherine.

Les permití el paso y los niños se adentraron primero. Aiden lo hizo con una pizca de incomodidad pero la intentó ocultar. 

Si algo me agradaba mucho, es que las personas me tuvieran confianza. Más si se trataba de Aiden. Desde que nos volvimos amigos hablamos mucho, pero nunca quiso contarme algo privado de él. No dijo el tema, pero sabía que, a juzgar por su expresión, el tema de conversación era uno serio e importante. 

—¡Kate! —llamé—. ¡Tienes compañía para jugar! —avisé levantando la voz. Luego miré a los niños y les señalé las escaleras—. Vayan arriba con ella. Recuerdan dónde está su habitación, ¿verdad?

—Sí, gracias —me sonrió Nick y morí de la ternura. Le faltaban muchos dientes. Tomó a su hermana de la mano y la llevó a las corridas hacia las escaleras, donde ambos se encontraron a la mitad con mi hermana. 

Cuando ya estuvimos solos, miré a Aiden con nerviosismo y le señalé el sofá. 

—¿Están tus papás? —quiso saber. 

Negué. 

—Mi madre está trabajando aún y papá salió de viaje. ¿Recuerdas que te dije sobre eso el otro día?

Pareció pensar por un momento y luego asintió. Parecía, de alguna manera, como si estuviera distraído con alguna otra cosa. Supongo que en el problema que quería contarme. Como dije antes, su cara me dejaba muchas cosas a la vista. Además, ahora que me fijaba bien, los ojos de Aiden estaban algo colorados y lagrimosos. 

Sentí un pinchazo en el pecho y quise tomarme el atrevimiento de indagar, pero sabía que era mejor mantenerme en silencio. Él era el que tenía que contármelo. 

—Siéntate, puedes decirme lo que sea con tranquilidad. ¿O prefieres que vayamos a mi cuarto por las dudas de que mi madre llegue a venir? —dije, y no sé por qué lo hice. Mis mejillas se enrojecieron. Me acomodé los anteojos con incomodidad y, aunque quería retractarme de mis palabras, no lo hice.

La Tristeza De Sus Ojos #D3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora