Capítulo treinta y nueve

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Aiden:

E: Ya me voy a dormir, Aiden, espero que descanses bien. Te quiero.

Leí el mensaje de Emma sintiendo un pinchazo de culpa en el medio de pecho.

Era deshonesto. Todo lo que hacía era deshonesto. Mi mente seguía repitiendo que lo que hacía era por mi familia, pero ahora ya ni eso era lo suficientemente fuerte como para seguir manteniéndome con la mente algo tranquila porque a pesar de no tener malas intenciones, eso no cambiaba el hecho de que vender drogas estaba mal.

Era viernes por la noche, iba caminando rumbo al callejón de siempre y un mal presentimiento caminaba de la mano conmigo. Algo malo iba a pasar, algo malo iba a pasarme hoy. Tenía que dejar de hacer estas cosas, tenía que hacerlo por mi salud mental, por mi bienestar físico y por mi relación con Emma. Llevábamos apenas cuatro semanas y media de noviazgo y ya la estaba cagando. Bueno, en realidad, la había empezado a cagar desde antes.

Tenía que tomar una decisión importante en esto.

Era seguir trabajando en algo muy ilegal o dejarlo y rebuscármela de otra manera.

Pero ambas iban a tener su costo.

Si seguía vendiendo droga podían meterme preso y mis hermanos terminarían muertos de hambre y teniendo que ver el desastre que día a día era nuestra madre. También podía perder a Emma y la confianza de sus padres y perder el trabajo. Y si lo dejaba podían matarme, y por más que no estaba tan seguro, claramente era lo más probable. Y si no me mataban me mandarían al hospital y sin posibilidad de volver a caminar en la vida.

Me juzgaba a mí mismo por esto.

¿Por qué tuve que ir a meterme en ese tipo de cosas?

Fue un momento de desesperación. Pero la verdad, por cómo vivíamos con los chicos, todos los días lo eran. Y si no conseguía cambiar de vida e irme a otra parte, las cosas en nuestras vidas seguirían siendo totalmente iguales.

Tal vez vender droga fue lo primero que se me ocurrió porque vivía desde que nací en un lugar de mierda con una madre de mierda y rodeado de mierda todo el tiempo. Quizá fue lo que primero se me pasó por la mente porque vi desde niño que para mi mamá todas estas cosas eran normales. Quizá fue inconsciente.

—¡Aiden, hola! —me saludó Charles con fingida sonrisa. Hoy no parecía estar de buen humor y a juzgar por sus rojizos ojos sabía que estaba colocado. Y por su manera de hablar, también estaba borracho.

Él y mi mamá tenían mucho en común.

—Hola —saludé cabizbajo.

A su lado estaba un tipo alto y flaco que también tenía un color rojizo en sus ojos y parecía perdido y duro. No lo conocía, pero ya me iba acostumbrando a siempre ver a algún drogadicto nuevo en el callejón.

—¿Trajiste el dinero? —fue al punto.

Asentí y abrí mi mochila.

—Bien —solo musitó. Di un paso hacia atrás. Otra vez olía a todas las cosas que fumaba y mi tolerancia a esas cosas iba disminuyendo todo el tiempo. Y ni hablar del olor a basura. ¿Cómo podían tolerarlo?

Le di todo el dinero junto y él empezó a contarlo tranquilamente como si yo tuviera todo el tiempo del mundo. Quería largarme de ese putrefacto lugar y de esa gente malvivida.

Mientras inspeccionaba el lugar más ganas tenía de decirle que renunciaba, pero algo ataba mi lengua y mantenía sellados mis labios. Volví a mirar a Charles con atención y esperé nervioso a que terminara de contar.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora