• CAPÍTULO 2 •

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Había procurado no entrar en pánico mientras se encontrara en aquel lugar.

Acondicionado solo de su ropaje color dorado, el cual se encontraba finamente bordado por delicados hilos de oro. Junto a sus ostentosos pantalones oscuros hechos con telas traídas de tierras lejanas, los que iban a juego con sus delicados zapatos. Bueno, los que ya no eran tan delicados, pues ahora se encontraban raspados y completamente sucios con hierba y tierra.

Suspirando y afirmando las manos sobre su cintura pensaba en lo ridículo que se debía apreciar desde afuera, enmascarado en un lujoso atuendo creado para ser exhibido en una destacable ocasión. Pero que, sin embargo, se encontraba perdido en la mitad de un bosque que se había atrevido a explorar horas atrás.

— ¡Aaaa! ¡Maldición!— gritó exasperado, pateando una pequeña rama que se asomaba por entre la frondosa hierba. No percatándose de que aquella rama era una raíz que sobresalía del suelo, cayendo fuertemente al suelo por la fuerza aplicada a esta. — ¡Aaaaah! ¡¿Pero qué mierda sucede?!

Es que llevaba prácticamente tres días sin comer, apenas atreviéndose a beber del agua que caía por un pequeño riachuelo del lugar donde horas atrás se hallaba. Siendo esta la principal razón para llegar a aquel bosque, necesitaba alimentarse pues su cuerpo ya se encontraba lo suficientemente debilitado por los golpes.

Recordó aquella variedad de carnes que servían en su plato cada día. Degustando por sobre sus labios y haciendo de agua su boca con solo recordarlo.

No solía comer frutas. Era como que si su cuerpo no hubiese nacido adaptado para hacerlo, rechazándolas desde muy niño y devolviéndolas miles de veces a la cocina.

Pero ahora deseaba tanto la cáscara de una manzana molestando entre sus dientes. O la acidez de una naranja, junto a una jugosa sandía y sus incomodas semillas. Es que sí, no le irritaría para nada comerse aquellas deliciosas semillas.

Reflexionó mucho el comer unas bayas que orillaban el riachuelo, pero luego se prohibió hacerlo ya que en su mayoría estas eran altamente venenosas y él no tenía ningún conocimiento en ello.

La naturaleza siempre le resultó un campo desconocido. Jamás llamaron su atención los árboles, las flores, ni las aves o los insectos. Justo como aquel pequeño saltamontes que se encontraba posado sobre su nariz en ese preciso instante.

De espaldas sobre la hierba se comenzó a dejar ir adormeciéndose por el cansancio, poco importándole el travieso insecto que se posaba sobre su rostro.

Pensó en su madre y en lo poco que le decía palabras de afecto.

No es que se considerase un mal hijo. Siempre había procurado la tranquilidad y bienestar de ella, manteniendo un reino floreciente que le diera la serenidad necesaria para vivir.

Besaba sus mejillas cada vez que podía, amaba el aroma de su madre. Y su madre no entendía aquello, ya que producto de la muerte de su lobo omega ella había perdido aquel aroma característico de su condición. Pero para Taehyung, su madre nunca lo perdió.

Olía a mamá y con eso bastaba.

Extrañaba su cálido abrazo. Que aunque sumido en una oscura depresión jamás le negó.

Y se arrepintió de no decirle los "te amo" necesarios, para ahora que creía no le volvería a ver.

Y tenía miedo, mucho miedo a que su madre lo creyera muerto y se rindiera.

—Mamá...aún estoy aquí— dijo en palabras casi silenciosas, mientras tímidas lágrimas caían de sus ojos. Ahogando a su vez su sollozo, ya que un rey no debiese permitirse llorar. La debilidad no era parte de los atributos de un buen líder.

𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐎𝐍 𝐅𝐈𝐑𝐄  ᵀᵃᵉᵏᵒᵒᵏ ᴼᵐᵉᵍᵃᵛᵉʳˢᵉ .•*¨¨*• ❀*̥ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora