Arya

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Lunes, las 8 de la mañana. Arya estaba de nuevo, como tantos días  en clase esperando la llegada del profesor para continuar con el temario. Pero en realidad eso no le importaba.

Estaba tirada sobre el pupitre mirando por la ventana. Desde ella veía los árboles que se encontraban en el patio del colegio, formando un pequeño bosque, y más allá los edificios de la ciudad. También podía ver las gaviotas sobrevolando el mar buscando su próxima presa o, simplemente, disfrutando del aire que golpeaba sus alas. Libres.

Eso quería ella, ser libre. La única razón por la que estaba en la  escuela era para huir de la casa. Nunca la había podido considerar suya. Su madre murió durante el parto, y nadie sabía quien podía ser su padre.

Cuando era pequeña fue adoptada por una familia con otros tres hijos, todos mayores, dos chicos y una chica, y nunca la habían tratado bien. Los padres jamás se preocuparon por ella, la obligaban a hacer las tareas de la casa y le daban la ropa vieja de aquellos vándalos que habían conseguido que nadie en el instituto se acercase a ella.

Todos los patios se los pasaba escondida en una esquina, entre los árboles, mirando el cielo, viéndose volar junto a las gaviotas. Aquel era prácticamente el único momento de tranquilidad que tenía en todo el día.

Nunca nadie había hecho nada por ella. Quería salir corriendo, huir y no volver nunca, pero no sabía a dónde, tampoco sabía como sobrevivir y por lo tanto esperaba a ese momento en el que pudiese conseguir un trabajo y no volver a ver a aquellos que se hacían llamar su familia.

Las 3 de la tarde. Las clases habían acabado, con ellas su protección. A la salida estaban esperando, como siempre, aquellos tres a los que tenía que acompañar. Estaba preparada, pero esta vez, cuando le lanzaron las mochilas, perdió el equilibrio y cayó al suelo, y con ella, las mochilas. Sabía que no iba a acabar bien.

Se acercaron a ella y la levantaron a patadas mientras le gritaban por haber dejado caer sus mochilas al suelo. Arya se levantó tan rápido como pudo, cogió las mochilas y comenzó a seguirlos hacia aquel infierno al que llamaban hogar mientras podía observar que, a su alrededor, los otros alumnos pasaban de ella como si no existiera, o como si aquellos brutos tuvieran la razón.

Caminando con la muerteWhere stories live. Discover now