Luna

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Suena el despertador. La habitación está vacía. En ella entra una chica con el pelo mojado, recién lavado, acudiendo a la llamada del reloj. Su nombre, Luna.

Otra vez se había adelantado al gallo mecánico, otra vez que no había podido dormir. Ya hacía dos años que su madre murió de un ataque al corazón, repentino, sin previo aviso. No había podido despedirse de ella como hubiese querido. Justo ese día se habían peleado, pero por suerte lo arreglaron antes de dormir, lo último que se llevó de ella fue un abrazo de buenas noches. Su más preciado regalo, y nadie se lo podrá quitar jamás.

Se vistió y salió a la calle. Tenía tiempo de sobra para llegar al instituto, así que decidió tomar la ruta larga, aquella que pasaba por el parque de césped verde que tanto le gustaba, la que le daba tiempo a pensar.

Desde la muerte de su madre, ella tenía que ocuparse de la casa. Su padre era transportista y pasaba largas temporadas fuera de casa. No tenían dinero para contratar una niñera, ni familia que pudiese cuidar de ella. Esto obligó a Luna a crecer más rápido y más fuerte que cualquiera de sus compañeros, aunque también la hizo estar sola y falta de cariño. La relación con su padre era pésima y le gustaba que estuviese fuera todo el tiempo que fuese posible.

Nadie se relacionaba con ella, y ella tampoco quería. La mayoría de gente sentía pena por ella y eso la molestaba, podía arreglárselas ella sola.

Al fin llegó al colegio, justo a tiempo. Muchos días quería salir corriendo y llorar en medio del campo o en la playa, pero su madre se esforzó mucho porque pudiese ir a clase y aprendiese, y ella no iba a defraudarla.

Se sentó en su pupitre y sacó el libro y los apuntes. Estaba decidida a aprobar todos los cursos. Necesitaba cuanto antes un trabajo que le permitiese a su padre un descanso de tantas horas extras. Cuando llegaba el verano siempre cogía un trabajo de camarera o de botones en un hotel, pero al llegar el invierno y acabar la temporada, ya no la necesitaban más. Necesitaba estudiar para poder conseguir un empleo permanente.

Al fin llegó la última hora. Como todos los lunes, era tutoría. Recogió sus cosas y se marchó. No necesitaba que le diesen charlas de nada.

Decidió acercarse a la playa antes de hacer la compra y volver a casa. Le gustaba ese lugar, ver el inmenso mar azul cubriéndolo todo, el olor que desprendía, el aire bien fresco y, a esa hora, completamente vacío.

Tras disfrutar del lugar, decidió emprender el camino de vuelta. Ya eran las 3, lo podía saber porque estaban saliendo los niños de un colegio cercano.

Sin embargo, no le gustó nada lo que vio. Unos chicos estaban golpeando a una compañera y obligando a que cargase con sus mochilas. No era la primera vez que la veía como si fuera una mula de carga, pero si la primera que veía como le pegaban.

Estaba paralizada, quería hacer algo por la chica, pero no pudo acercarse. Se puso a pensar en que podría pasar, en como ayudarla, pero cuando volvió en sí ya no había nadie.

Caminando con la muerteWhere stories live. Discover now