Colapso

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¡No tiene sentido!

Gorak no gritó, estaba demasiado frustrado, demasiado enfurecido como para conseguir vocalizar sus emociones. Aunque sí estrelló contra la pared el inútil núcleo de la inútil lámpara que obstinadamente se negaba a funcionar por más de un par de minutos. A su espalda Caron estaba golpeándose la cabeza contra la mesa de trabajo murmurando fórmulas entremezcladas con palabrotas en elvant ya sin prestar ni la más mínima atención a los arranques de Gorak.

Gorak permaneció quieto con la respiración agitada mientras observaba el destrozado núcleo que yacía en el suelo. No se arrepentía de haberlo roto; aunque, después de haber roto tantos, había acabado por darse cuenta de que no estaba ayudando en lo absoluto que rompiera todos y cada uno de ellos porque eso los obligaba a empezar de nuevo. Pero su tensión y frustración cada día eran mayores y sacaban lo peor de él.

Los días habían pasado convirtiéndose en semanas y estas a su vez habían terminado en fundirse en tres meses. Tres meses desde la última vez que habló con Blayne, tres meses desde que vio cómo estaba su elfo. Por supuesto, él decidió por su cuenta que no hablaría con él hasta que no hubiera reparado las malditas lámparas que parecían destinadas a seguir fallando una y otra, y otra vez sin importar lo que hicieran.

Pero las lámparas no son el único problema, ¿verdad?

Gorak cerró los ojos como si con eso pudiera bloquear el flujo de sus propios pensamientos. Quería seguir culpando a las lámparas de sus problemas. NECESITABA seguir culpando a las lámparas de sus problemas, o a Gerk, o a Caron, o a alguien. Porque si dejaba de hacerlo, si se centraba por un minuto en todos sus pensamientos, en todas las cosas que corrían por su cabeza... no sabía cuánto podría soportar en realidad.

Sin embargo, esta vez no estaba funcionando; parecía que sus pesadas ideas habían comenzado a rodar en una pendiente y no había fuerza que pudiera detenerlas. Insistentemente le recordaban una y otra vez todos sus errores y cada segundo de los últimos meses. Gorak salió del apartamento de Caron sin despedirse, como si estuviera siendo perseguido por fantasmas mientras trataba de alcanzar la relativa seguridad de su propio hogar.

Pero tan pronto como cerró la puerta tras él, se dio cuenta de su error; no podía evitar a los fantasmas escondiéndose en su hogar, porque los fantasmas llenaban cada pequeño rincón de su casa. Estaban ahí exhibidos en las paredes como adornos que Blayne había acariciado y ordenado cuidadosamente; en el área de trabajo bajo la ventana en la que él trabajaba; en la cama que compartieron; en la cocina siempre muy pequeña para el elfo... rondaban por doquier.

No importaba si trataba de correr, si cerraba los ojos o si trataba de esconderse; Vio a Blayne golpeándose en la cabeza una y otra vez cuando levantaba la cabeza bruscamente o intentaba pasar por una puerta. Lo vio mordiéndose el labio inferior mientras diseñaba algo en su mesa de trabajo y esmerándose por dejar brillantes todos los espejos en las paredes. Vio a la figura de Blayne sentada en el suelo luchando contra algún juguete nuevo que estaba planeando.

Casi pudo saborear el repugnante sabor de esa primera comida que Blayne se ofreció a preparar, y escuchar sus balbuceos frustrados cuando alguno de sus juguetes no estaba trabajando apropiadamente. Pudo verlo tendido en el sillón con un libro entre las manos mientras se bañaba de la luz solar que entraba por el tragaluz y escribiendo cartas furiosamente en la mesa del comedor.

Y luego comenzó a verlo cada vez más triste y desolado sentado en su mesa de trabajo o en su rincón del salón mirando hacia la nada con expresión herida y confusa. Lo vio ponerse incómodo y balbucir alguna disculpa. Poco a poco los recuerdos se acumularon mostrándole el pasado año y medio e iban dejando en claro la verdad que ya no podía darse el lujo de ignorar: si bien él no había intentado contactar con el elfo, Blayne tampoco había tratado de contactarlo en todo ese tiempo.

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