20. La Última Canción

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Él se va, dejando el rastro
Del último desastre
Que nunca admitirá que provocó
Ahí va
Compadeciéndose de sí mismo
Por todo lo que se perdió
Por no haberse ido antes
Ahí va.

Iba a ser un profesional pero abandonó
Iba a formar una familia pero se fue
Iba a tocar la guitarra y brillar tanto
Pero eligió desvanecerse en las sombras
Ahí va.

Ella se sienta a observar
El teléfono que no sonará
Luchando con sus propias dudas
Y su falta de fe
Ahí va
Preguntándose qué hizo mal
Y si fue ella quien lo arruinó todo
Otra vez
Ahí va.

Iba a vivir junto al mar pero se enamoró
De las montañas y se marchó
Iba a escribir y brillar tanto
Y vivir un amor eterno
Pero está sola
Ahí va.

No se puede dar nada
Que no sea aceptado
No se puede reclamar
Lo que se rechazó voluntariamente
Se miraron a los ojos
Y se llenaron de miedo
Y se separaron para no volver a encontrarse.

Ahí va ella
Ahí va él.

Él se va dejando un desastre
Y compadeciéndose de sí mismo
Mientras ella observa el teléfono
Que no sonará...

—¿Por qué dices que no puedes contar una buena historia en una canción como Masterson? Aún no he escuchado ésta, pero estoy seguro de que me gustará.

—Masterson no sólo es un genio para escribir letras. También admiro sus melodías, y el sentimiento que les da.

—Oh, aquí viene la fan. Ya suenas como una groupie psicópata.

—Serás pendejo. Como su nombre lo indica, él es mi maestro, y yo no soy más que su sumisa seguidora.

—Errr... ¿Sabes qué sentido le damos en inglés a 'sumiso'?

Tu tono cauteloso me hizo reír. —Por supuesto que lo sé, y por eso mismo elegí esa palabra. —Gruñiste molesto—. Oh, vamos, ¿quién está susceptible hoy? Te he dicho mil veces que me gusta jugar con las palabras. Aun así, nunca seré tan precisa y sintética como él. Y además, está la cuestión de los acordes.

—¿La qué?

—La cuestión de los acordes. Masterson usa muchos acordes mayores para la guitarra, pero canta en escalas menores. Y esa combinación le da un sentimiento único a las canciones. Como si dijera que todo podría ser tan bonito, pero en realidad es un asco.

—¿Hace eso? ¿Y en qué lo comparas contigo?

—Yo uso cualquier acorde de guitarra que mis dedos puedan tocar, pero mi voz suele caerse en escalas mayores. Según me han dicho, en la de Do. Así que mis canciones suenan acarameladas, y eso debilita el resultado final.

—A ver, toca ésta y déjame darte mi opinión.

—No puedo ponerme a tocar y cantar a esta hora, Stu. La grabaré pronto y te la enviaré. Pero no contengas el aliento, porque es una baladita para atraer flores y mariposas.

—Okay, ya veremos. ¿Y cómo fue tu día ayer?

—No podría explicarte la emoción de despertarme a la luna llena sobre el mar. —Y a tu voz profunda y sensual dándome los buenos días, pero no podía decírtelo—. Después de eso, fue todo cuesta abajo.

—¿Quieres contarme qué ocurrió?

—No, vivirlo ya fue suficiente, si no te molesta.

—Como gustes.

—¿Y cuándo llegan las niñas? ¿Hoy o mañana?

Sí, el día anterior había sido un asco, un infierno, y no tenía el menor deseo de traducirlo en palabras. Sobre todo porque ese día tampoco venía mejor.

Los minutos se habían arrastrado como culebras, todo el día preguntándome por la reacción de Martín a que lo borrara de nuestra página oficial y lo bloqueara. ¿Había sentido o sentiría deseo o necesidad de comunicarse conmigo? ¿Me habría dedicado al menos un segundo de pensamiento en todo ese día espantoso para mí? ¿No le pesaba lo que había hecho?

No había logrado apartar mi atención del teléfono, pidiéndole a Dios, los ángeles y hasta los santos en los que no creo que Martín me escribiera o me llamara.

En vano.

A él lo sucedido, y especialmente yo, no le importaba una mierda.

Me había reemplazado hacía mucho, por ésta, por aquélla, por quien fuera el caniche de turno. Nunca me había echado en falta. Nunca había necesitado volver a estar conmigo, aunque más no fuera compartiendo uno de nuestros almuerzos de oficinistas.

Mi día había sido un infierno de su ausencia. Y de verme forzada a admitir que en realidad no lo quería fuera de mi vida, que lo había bloqueado de todos los dados con la esperanza infantil de que él intentara revertirlo.

Pero no. Nada. Silencio. Ausencia. Lo mismo que los últimos meses.

Y la humillación sorda, impotente, vergonzosa de sentir lo que sentía.

De tenerlo presente en todo momento, hasta cuando me reuní con los coiners que conociera en el recital del año anterior para tomar una cerveza.

Así que mejor preguntarte cuándo llegaban las nenas, qué tenías planeado para ese fin de semana, distraerme de mi estupidez recurrente e incurable.

Al Otro Lado - AOL#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora