9. El Castigo de la Profesora McGonagall

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Mérula y yo, acompañadas de la directora, caminamos por los pasillos de Hogwarts hasta llegar al despacho de la profesora McGonagall.

De reojo, iba observando a Mérula, quién tenía cara de pocos amigos.

-Gracias por meternos en este lío Cullen- me susurró
-No fue culpa mía que nos pillaran

Llegamos ante una estatua dorada de un grifo.
La profesora McGonagall recitó la contraseña, unas palabras que ni Mérula ni yo logramos entender.
De repente, la estatua comenzó a ascender y debajo de ella, surgían unas escaleras de piedra.
Ambas subimos junto a la directora.

Nos detuvimos frente a la puerta.
-¡Alohomora!- dijo la profesora apuntando con su varita
Entramos.

Era una sala grande y oscura.
Había montones de libros en las estanterías, mesas...
E incluso volando.
Utilizando sus portadas como alas.

-Sentaos- dijo la profesora McGonagall tras abrir la puerta

En el centro del despacho había una gran mesa.
Nos sentamos junto a las sillas de esta.
La profesora McGonagall se acomodó en frente de nosotras.

-¡Snyde!- introdujo- ¡cuénteme qué ha pasado!
-Yo solo estaba en el patio hablando con Copper durante el descanso después de la clase de Pociones- dijo

McGonagall escuchaba atentamente.

-¡ESO ES MENTIRA!- intervine
-¡SILENCIO CULLEN! Ya llegará tu turno

Bajé la cabeza.

-Bien Cullen, ahora cuénteme su versión de los hechos- me pidió
-De acuerdo- cogí aire- durante el descanso yo estaba con Rowan dando un paseo y vimos como Mérula trataba de intimidar a Ben Copper

La directora soltó un suspiro.
Acto seguido, dirigió a Mérula una mirada fulminante.

-¿Qué trataba de hacerle al señor Copper?- preguntó
Mérula no respondió.

El despacho se quedó un minuto en silencio, no tardó en romperse.

-Bien- dijo la profesora McGonagall- como castigo se le quitarán 10 puntos a la casa de Gryffindor y a la casa de Slytherin, y a mayores limpiaréis, sin magia, los baños del tercer piso
-Pero profesora- dije- está prohibido entrar en esos baños
-No si yo lo autorizo- respondió

Al salir de allí, Mérula y yo nos encaminamos hacia donde la profesora McGonagall nos había ordenado.





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