Capítulo 4

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Soledad terminó de retocarse el maquillaje y volvió rápidamente a la cocina para tomar los platos y los cubiertos que guardaba en la alacena para llevarlos hasta el comedor. Quería que todo estuviera ordenado y listo antes de que su jefe llegara. Juan había dicho que estaría allí a las 20:30 y ya sólo faltaban unos minutos para que fuera la hora.

-Estás listo, cariño? - Preguntó al ver a Nicolás caminar tímidamente hacia ella.

El muchacho movió la cabeza en forma afirmativa y se ofreció a ayudar con la mesa.

-Gracias, cielito, pero ya casi termino - Respondió Sole, mientras terminaba de poner los utensilios a un costado de cada plato. Afortunadamente, la comida ya estaba lista, esperando en una hermosa bandeja que la anfitriona iba a colocar en el centro de la mesa apenas llegara el comisario.

Nico se quedó viéndola calladamente. Estaba algo nervioso y no sabía cómo expresarlo a su nueva amiga y, a la vez, se encontraba hipnotizado por el aroma de la lasagna que Sole había preparado. Sentía que si no se controlaba, iba a terminar babeándose como un crío y en realidad así había ocurrido, pero él no se había percatado de eso.

Cuando la mujer se dio la vuelta y lo vio salivando, sonrió tratando de disimular su diversión. "Tendré que pedirle un babero a mi hermana", pensó fugazmente, mientras tomaba una servilleta de papel y le limpiaba la boca al niño.

Cuando Nico sintió el contacto de la servilleta, sus mejillas comenzaron a hervir de vergüenza, pero no dijo nada y se dejó limpiar por segunda vez en el día. Los cuidados de la chica lo hacían sentir especial y él quería disfrutar de aquella atención. Sin embargo, ni aún así podía distraer su mente del miedo ante la visita del jefe Ángel, y su carita de vergüenza cambió a una apenada y triste.

De repente, se imaginó que le ocurría lo mismo delante del hombre y el corazón se le congeló del miedo. Qué hubiera dicho el comisario si lo descubría con babas en la comisura de sus labios?! Seguramente lo reprobaría como lo había hecho su padre toda la vida.

Sole observaba atentamente a las reacciones del muchacho. Le preocupaba ése silencio que parecía gritar miles de cosas que ella no podía escuchar. Como hija maltratada que fue, imaginaba los fantasmas que estarían asechando al niño como propios, pero decidió que hablaría luego con él.

Una vez que terminó de secarle la saliva de los labios, Soledad lo mandó a lavarse las manos, justo en el momento en que el timbre del intercomunicador sonó.

Era Juan. Exactamente a las 20:30. Tal como había dicho que llegaría.

Sole se apresuró a contestar, pero cuando estaba por tomar el telefonito, el timbre volvió a sonar. Qué hombre impaciente! pensó la chica, tentada en dejarlo esperando un ratito más.

Mientras tanto, el comisario Ángel refunfuñó, pensando qué estaría tomándole tanto tiempo a su amiga. Tenía tantas cosas entre los brazos que había sido toda una hazaña tocar el timbre dos veces y la muy ingrata de su amiga no contestaba?!

-Hola, gruñón. Ya te abro. - Escuchó la respuesta repentina que lo sobresaltó y resopló, pensando qué era lo que había visto en esa mujer para que lo tuviera loco...

-Apresúrate que no tengo tu tiempo. - Respondió en un tono de voz que haría temblar a cualquiera... menos a Sole, a quien se le escapó una risita que se escuchó claramente por el parlante e hizo sonreír al propio jefe como un bobo. Ahora sí se acordaba qué había visto en ella.

-Listo! -Dijo Sole, y Juan empujó como pudo la puerta principal para dirigirse rápidamente hacia el ascensor. Tenía demasiadas cosas cargadas entre los brazos y su balance no era el mejor. La tarta de frutillas se tambaleaba dramáticamente en una de sus manos y temía que terminara en el piso y eso no se lo perdonaría. Se la había prometido al niño.

Good baby boy (ABDL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora