Capítulo 1

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Loki gimió, retorciéndose entre las sabanas. Una mano apretaba la seda en un puño, mientras que la otra subía y bajaba acariciando la erección con la que había despertado tras tener otros de aquellos sueños.
Recordó los labios de Thor devorando los suyos con ansias. Sus manos apretándole los muslos y abriéndole las piernas para rozar tentativamente su entrada. Prácticamente sintió los dedos de su hermano en la boca, lubricándolos con su saliva para poder introducirlos en su interior con un gruñido de gozo, provocándole una oleada de placer que lo obligó a curvar el cuerpo y sentir más aquella maravillosa invasión.
Thor jugueteó con sus dedos, dilatándolo, preparándolo para él...

Loki gruñó y soltó la tela para lamer desesperadamente dos de sus dedos, ansiando revivir aquellas sensaciones. Se penetró con un ruidito entre alivio y frustración. Necesitaba más. Aquello no era lo mismo ni por lejos.
Igualo el ritmo de la penetración con el de la mano que apretaba su pene, aumentándolo cada vez más, necesitando el orgasmo.
Pensó en la húmeda lengua de su amante dibujando círculos alrededor de su pezón. En su respiración agitada haciéndole cosquillas en el cuello. Y en cómo lo había chupado hasta marcarlo...

Aquello fue el detonante.

Sintió que su saco se contraía, rogando la liberación, y el orgasmo lo alcanzó cuando recordó a su hermano viniéndose en su interior, llenando su cuerpo mientras se movía rápidamente, golpeando el punto justo que lo hacía ver todas las estrellas del firmamento y lo llevaba al más profundo éxtasis.

Se corrió con un gemido. El líquido tibio se derramó sobre su sonrosado vientre, mezclándose con el sudor que perlaba su cuerpo.

En cuanto las oleadas de placer amainaron, se obligó a repetir las palabras que su hermano había gemido: "Te amo, Jane."

Porque no habían sido sus labios los que Thor había besado fieramente, ni su cabello el que había enredado entre los dedos.
Habían sido los de Jane Foster.

Limpió el desastre sobre su cuerpo con la sabana y cubrió su ya marchita erección con los pantalones antes de salir de la cama.

"Te amo, Jane."

Que le dieran por culo.
Y que lo hiciera Thor, preferentemente.

Se dio una patada mental.

Salió de sus aposentos sin rumbo fijo, recordando la noche que había desatado aquel infierno.
Se había llevado a cabo un enorme festín en honor a las victorias de Thor en Midgard. Y todos, como siempre, habían bebido hasta casi caer en coma. Todos menos él. Él necesitaba la mente clara y despejada para cumplir con su objetivo.
Ahora no recordaba cuál había sido el impulso de convertirse en la mujer de su hermano, pero lo maldecía a cada instante.
Luego de colarse en su habitación para rebuscar entre sus cosas, la puerta se había abierto de golpe y Thor había ocupado el umbral.

"Piensa rápido." Se dijo.

Y eso había hecho. Se convirtió en la primera persona que cruzó su mente: Jane.

Todavía recordaba el rostro de su hermano al verlo. El alcohol nublando sus sentidos le impidió razonar que era imposible que ella estuviese allí. Y cuando se lanzó sobre él, hambriento de sexo, la confusión lo petrificó.
Qué era aquello? Qué estaba haciendo? Tenía que irse. Eso estaba mal en tantos niveles que incluso él se sentía asqueado.
Pero no lo hizo. En lugar de eso, se dejó envolver por sus fuertes brazos, se perdió en sus besos y permitió que lo arrastrase a la cama sin oponer resistencia.

Y ahora quería más. Más de sus gemidos, de sus manos recorriéndole el cuerpo, de su miembro bombeando en su interior. Pero quería hacerlo en su propia piel, no viéndose como otra persona.
Y allí estaba el principal problema.
Su hermano jamás haría eso.

Le habían dado una probadita de la más exquisita bebida. Y nunca más podría saborearla.

Si eso no era una tragedia...

Deambuló por los pasillos del castillo, sin nada que hacer. No había noticias de Midgard, no había ninguna amenaza a la vuelta de la esquina... Solo él y el inexorable paso del tiempo.

Para siempre.

Desde aquél día se sentía... Vacío.
Vamos, su existencia nunca había tenido mucho sentido, pero su sed de poder era el combustible que lo impulsaba. Hallaba consuelo en que, una vez destruidos su padre y su hermano, el trono de Asgard sería suyo.
Esa había sido su motivación para vivir.
Ahora, en comparación con  lo que Thor le había dado, el trono ya no parecía tan interesante...

Sus pasos lo llevaron al campo de entrenamiento.
El sonido de los metales chocando hacía ecos en la galería que rodeaba el predio y hacía que esos diez guerreros que entrenaban sonasen como un ejército. Y, a fines prácticos, lo eran. Un solo guerrero Asgardiano contaba por diez de las fuerzas enemigas fueran cuales fueran.

Thor estaba entre ellos.

Ladrando órdenes, caminaba entre el grupo, corrigiendo posturas y recordándoles que tenían un maldito escudo y que lo usaran.
Deteniéndose bajo la sombra que proporcionaba la galería, lo observó en silencio.
Se perdió en su perfil, en los haces de músculo que corrían bajo aquella piel bronceada, en su voz potente como los truenos de los que era Dios.

Solo él y el inexorable paso del tiempo...

Abandonando su puesto, reanudó su caminata sin sentido. Esta vez, el piafar de los caballos lo guió a los establos.
Lo recibió el aroma a heno y a estiércol. Vaya, vaya. El chico de las caballerizas había descuidado su trabajo. Otra vez. Quizás debería informar a su padre...

En lugar de eso, siguió inspeccionando las caballerizas hasta dar con una en particular. Sin que tuviese que llamarlo, el morro de Sleipner se asomó y olisqueó el aire, intuyendo su presencia.

-Hola. –Dijo suavemente al tiempo que lo acariciaba.

El caballo de su padre. El más rápido de todos los seres vivientes. Su hijo.

Se dejó engullir por las oscuras profundidades de los ojos de la bestia.

Su hijo...

La solución lo golpeó como un martillo. Él ya había hecho eso antes. Y aunque no había resultado agradable, podía hacerlo de nuevo. Con Thor.

La resolución llenó su vacío pecho, dándole el mismo alivio que el agua le daría a alguien que se había perdido en el desierto.

Un ancla a la que aferrarse. Dejar el pasado atrás.

Despidiéndose de Sleipner, regresó a sus aposentos.

Un último engaño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora