Introducción

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El sabor a derrota nunca le supo tan amargo como el  de la sangre que manaba de su labio, el dolor nunca fue tan funesto como el que ahora sentía en su rostro, la suciedad nunca fue un fastidio hasta que se coló en sus heridas abiertas y la ambición nunca lo había hundido tanto hasta que se metió con la mujer equivocada.

Marco De La Cruz, viajaba sentado en un autobús que hace 8 horas había abordado, tratando de concentrarse en el paisaje de la ventana y no en el escozor de sus heridas, no había tenido tiempo de limpiarlas adecuadamente, y podía ya sentir la herida de su labio hinchada, como un dolor sordo, el recuerdo latente de la paliza que le habían dado por jugar al seductor, de nuevo. Justo cuando creyó que del cansancio caería dormido a pesar del dolor, divisó al fin la ciudad.

La ciudad de México, posicionada entre las urbes más grandes y saturadas del mundo, un par de récords mundiales por aquí, unos patrimonios de la humanidad por acá, muchos sitios arqueológicos, enterrados en su mayoría, miradores, suburbios, edificios, departamentos, casas, un aeropuerto en medio de la mancha urbana, gente trabajadora, ¡mucha gente! ¡Y mujeres! ¡Muchas bellas mujeres! Y dolor ¡como le dolía justo en cada golpe y moretón! ¡De veras que le costaba respirar!

Cuando la chica de la taquilla lo miró, parecía sorprendida de la sangre, entonces fresca, en su labio inferior, pero le vendió el boleto sin preguntas, tal vez porque aún con las manchas rojizas y la mala facha, Marco seguía teniendo encanto, después el chofer le miró fijamente de forma extraña, Marco supuso que se veía sospechoso, por la manera presurosa en la que se marchaba, pero el chofer lo dejó abordar, y ahora sentado en el asiento de la ventana por las últimas 8 horas, con el trasero adormecido, las heridas supurantes y la cabeza más clara, sólo podía pensar en el rostro de Miguel.

Cuando descendió del bus, tomó la única maleta que trajo consigo, apenas le había dado tiempo de llevarse algunas cosas, su partida presurosa lo había forzado a dejar todo atrás, y Marco De La Cruz no poseía ningún apego por nadie ni por nada, ni tenía ningún síndrome de pertenencia, así que salir corriendo no le había supuesto un problema.

Tiró de su maleta de rueditas con firmeza, tratando de aguantar las ganas de rascarse la herida del labio, girando en sus talones abruptamente para dirigirse a la sala espera, pero justo cuando iba a dar un paso, su rostro quedó a escasos centímetros de una cara similar a la suya; piel morena de bronce, candela, ojos marrón, grandes, abiertos, sonrisa suave, curvatura tenue, aura de ángel, un soñador empedernido e irremediable, y un lunar, encima del labio, una marca del lugar donde Marco quería dejar algunos de sus pecados. ¡Eso no pasará!

─¡Miguel!

Exclamó el recién llegado con gran emoción.

─Marco… ─La expresión del mencionado cambió drásticamente a una mueca de preocupación─. ¿Qué te pasó? Estás hecho un desastre y apestas…

Miguel llevaba una playera de lona, perfecta para la época de primavera y un pantalón de mezclilla ajustado, que equilibraba a la perfección la holgura de la playera blanca.

─Lo siento en verdad, no tuve tiempo de cambiarme, bañarme, ni nada, a penas pude guardar lo primordial en una maleta y limpiar mis heridas en el baño de la terminal de autobuses, antes de abordar.

Marco vestía una camisa azul oscuro, rota en el hombro, fajada firmemente a un pantalón de mezclilla negro y un cinturón que parecía piel, con una gran hebilla de águila, hubiera sido un buen atuendo de no ser porque parecía haber sido ligeramente arrastrado por el suelo.

Pero como si no le interesara lo mal que Marco se veía, Miguel lo abrazó contra su pecho, obligando al otro a flexionar las rodillas para que sus complexiones encajaran, y Marco a su vez se estiró, poniendo su rostro contra el cuello ajeno, como si allí se encontrara el perdón de hasta la última fechoría cometida por el puro gusto de ser un rufián. Y allí se quedaron, abrazados un momento, sin notar a nadie, aunque todos les dirigieran miradas cuestionables o desinteresadas.

El amor es una derrota inminente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora