Prologo

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El viento soplaba fuerte haciendo que los árboles dejaran caer sus hojas, las cuales flotaban por varios metros antes de caer al suelo para posteriormente seguir con ese interminable ciclo. El cielo gris, casi negro pronto dejaría caer una fuerte lluvia sobre el pequeño pueblo asentado en esa zona rural. Unas gotas de agua cayeron, una tras otra empezaban a humedecer la tierra, el causante no era la lluvia que azotaría el lugar en algunas horas, sino el pequeño niño, quien después de estar parado por varios minutos frente a dos humildes lápidas, no aguantó más y dejó que su llanto se apoderara de él cuando se prometió no hacerlo.

A tan corta edad tuvo que saborear lo amarga que podía ser la vida, sus padres fueron dos víctimas de la epidemia que a principios de invierno acabó con muchas vidas a su paso, eran quienes descansaban frente a su pequeño ser. Él fue afortunado, al recibir la bendita vacuna a tiempo, la corona distribuyó para erradicar la peste y no permitir más muertes.

Con la muerte de sus padres quedó al cuidado de unos parientes lejanos, ni siquiera conocía a esas personas que de mala gana tuvieron que consolarlo cuando se llevó a cabo el funeral de sus progenitores. La sonrisa cariñosa de su madre y las palabras llenas de orgullo de su padre, eran los únicos recuerdos que le quedaron de lo que alguna vez lo hizo feliz, de la familia que tuvo y desapareció junto a la fría nieve. Nadie más se preocuparía por él, a nadie le importaba que pasara o si tenía futuro.

Tras la crisis económica que atravesaba su país y lo poco productivo que habían sido los campos, era difícil mantener a una familia, deshacerse de los gastos innecesarios era lo primordial para lograr sobrevivir en la época actual, donde la guerra obligaba a muchos a caer en la desesperación. Escuchar a sus familiares hablar sobre ese tema y poniéndolo a él como el mayor de sus gastos le hizo salir corriendo de esa casa para venir a buscar resguardo frente a las tumbas de lo únicos seres que le mostraron afecto y amor.

—Mamá... papá tengo miedo —dejó escapar ese susurro entrecortado en medio de su llanto, el viento se tornaba más violento, haciéndole temblar por el frío que recorría su pequeño y débil cuerpo.

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Solo podía agacharse y abrazarse tan fuerte como pudiese, cerrar los ojos mientras deseaba que esa tortura terminara pronto. Su cuerpo le ardía, sentía el palpitar de su corazón en los oídos, un poco de sangre le recorrió el rostro haciéndole sentir angustiado. Los golpes en su cuerpo se detuvieron, pero no así las risas burlonas que no sentían un ápice de lástima por él. Comprender cuan solo se encontraba en el mundo hizo que los ojos se le llenarán de lagrimas calientes.

—Si continuas de boca floja con la hermana superiora la próxima vez nos aseguraremos de que no puedas levantarte. —una fuerte patada en su estómago le hizo soltar un quejido de dolor, sus ojos se toparon con la mirada café de su agresor. —¿Entendiste? ¿O tengo que seguir golpeándote hasta que logres gritar que comprendiste?.

—Yo... no diré... nada —apenas pudo articular esas palabras a causa del fuerte ardor en su cuerpo, su mirada se estaba nublando... estaba a punto de desmayarse a causa de la atroz paliza que sus compañeros de cuarto le habían dado, llevaba tres meses en ese horrible orfanato donde sus tutores lo abandonaron a su suerte.

—Ya vámonos... —escuchó la voz del líder de esa pandilla de niños, mientras los demás lo siguieron, sin siquiera prestarle atención a él que seguía tirado en el suelo retorciéndose de dolor.

No podía llamar a esto vida... entonces que era ¿Un calvario?, ¿Qué había hecho mal para que su existencia estuviera llena de desgracia? No recordaba que les hubiera hecho algo malo a ellos para que desquitaran y descargaran su odio sobre su ya lamentable ser. No los acusó, simplemente le comentó a la hermana Asurika que ellos estaban molestando a los niños nuevos. Eso desató su ira, al parecer recibieron un regaño y estuvieron toda la mañana en la capilla pidiendo perdón por sus pecados.

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