Lady

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Algunos mechones de su cabello cayeron de una manera rebelde frente a su rostro, mientras daba el giro que la melodía le obligaba a acatar. Fue atraída y pegada con fuerza al cuerpo masculino que, sin importarle el desorden de su cabello, continuó danzando al rítmico sonido que el violinista ejecutaba para ellos.

El sonido de sus tacones contra la pista de baile tomaban mayor fuerza conforme la música avanzaba, una vuelta y otra, la cantidad de pasos en ese baile le resultaban absurdos y que estuviera ensayando desde hace varias semanas esa misma melodía, le molestaba a tal punto de simplemente tratar de lograr la perfección que le exigían, para ya no tener que seguir con lo mismo al día siguiente... Pero al parecer para ellos no era suficiente.

El suave sonido de las cuerdas se debilitó, dándole al fin un respiro cuando las manos que fuertemente le sujetaban la dejaron ir. Estaba cansada... harta de estar profundamente metida en contra de su voluntad en esa situación donde no podía huir.

Al notar que su instructor y acompañante de baile le daban la espalda aprovechó para retirarse sin siquiera pedir permiso para hacerlo, ya no soportaba más ese sofocante ambiente que se había creado hace mucho tiempo en su hogar, donde creyó que siempre podría sentirse segura.

Caminó hasta llegar a la gran biblioteca que la mansión poseía, no lo pensó dos veces e ingresó para tratar de ocultarse de todas las responsabilidades que la atormentaban... el único lugar en esa inmensa propiedad que le hacía sentir paz... donde podía ser ella misma.

Se dejó caer en el suelo, en medio de dos hileras de libros. Su abultado vestido le impedía sentarse con comodidad, resignada tuvo que levantarse y pedirle a sus piernas que le brindaran un poco más de fuerza para poder llegar al escritorio que se encontraba en el centro de ese lugar abarrotado de libros. Cuando al fin pudo llegar a su lugar de descanso se permitió reposar su cuerpo en la dura silla de madera que muchas veces era su consuelo.

—Maldición... —dejó salir esa palabra con repudio, se odiaba a ella misma por haber nacido en esa época, donde a nadie le importaba lo que en verdad pensaba y sentía, solo la deseaban por su cara bonita.

Sus delicadas manos buscaron entre los cajones del escritorio algunas hojas de color algo amarillentas que guardaba en ese lugar, tomo una de las finas plumas y dejo que su mente se volcara por medio de la tinta, dejando plasmadas todas las emociones que cargaba consigo.

La escritura era una de sus más grandes pasiones, desde que su progenitor le regaló un pequeño libro ilustrado cuando era niña, quedó maravillada, por lo que conforme fue creciendo el género escogido fue cambiando a uno más adulto. Todas las novelas de romance que tanto amaba siempre mostraban la dura vida de la dama, quien después de pasar infinidad de adversidades encontraba a su príncipe, aquel hombre que le juraba amor eterno y le daba una vida más plena y feliz... pero a diferencia de esas fantasías que rondaban por su cabeza; su realidad era muy diferente. Y solo eran eso: fantasías, ella no podría ser feliz, no después de que sus padres la traicionaron y ahora estaba obligada a casarse con un odioso y repugnante ser.

—El verdadero amor, un príncipe... no existe nada de eso... —miró con melancolía las pocas letras que había escrito, tomo la hoja con enojo y la rompió en cuantos pedazos pudo antes de suspirar frustrada.

Todos los hombres eran iguales, solo veían en ella la forma de obtener algo, verla de esa manera que le indicaba que deseaban más de lo que sus palabras corteses decían o podían ofrecer. Por eso se escondió de todo, no le gustaba mostrarse en público cuando a tan corta edad descubrió lo tormentoso que sería tener a todo un batallón de hombres tras sí, no dejaba que le hicieran entrevistas, y considerando el origen noble de su familia era muy complicado de evitar, ni que alguien retratara su figura en una pintura... odiaba eso, odiaba tanto que la desearan como un trofeo de sus fantasías.

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