Capítulo 2: cena

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Nunca han sentido la sensación de querer salir corriendo sin mirar hacia atrás, pues yo sí, se supone que estoy sentada en el comedor de mi casa pero por alguna extraña razón me siento  como si estuviera en un interrogatorio, una palabra en falso y… adiós.  Frente a mí, damas y caballeros, mi juez y verdugo: mi padre un hombre robusto de 1.85 de altura y mirada imponente, hacen que cualquiera se sienta una hormiga, bueno yo mido 1.49, eso no están pequeño ¿verdad?  Miéntanme por favor, no permitan que mi orgullo muera.

Me hace querer ser flash, pero no crean que estoy nerviosa, claro que no, ignoremos mis piernas temblado debajo de la mesa y a mis manos sudando frio ¿quieren? lo que pasa es que me siento como si estuviera corriendo por un bosque muy, muy frio.

Apresúrate Abigail, termina de cenar para levantarte de la silla, antes de que esta se convierta en una silla eléctrica.

― No conseguiste el trabajo, verdad―eso sonó más como afirmación que como pregunta.

Mamá y Camila solo se limitaban a comer mientras papá empieza a reprochar mis errores, otra vez.            

―  Lo que se dice conseguir, conseguir… no.

El solo suspira y retoma la vista a su plato, sé que está molesto y tal vez tenga un cero punto uno por ciento de razón.

― Abigail, no puedes andar por la vida como si todo fuera un juego. Nunca te aceptaran en un trabajo a menos que al guíen te ayude o seas una muñeca Barbie y te aseguro que para eso te hace falta bastante―. Chasqueo la lengua por su acida declaración, es cierto que tengo unas cuantas libritas de más y soy un poco plana pero no le da el derecho de insultarme.

―No necesito medir noventa, sesenta, noventa, papá, lo que pasa es que no he encontrado el lugar correcto― murmuro.

―Y ¿Cuál es? ― Su voz suena más grave, cortante y su semblante más rígido.

Desvío la mirada―Aun no lo sé.

―Si no has logrado encontrar trabajo en estos últimos dos años, que te hace pensar que lo lograras ahora, te recuerdo que cada año que pasa te vuelves más vieja.

—Buscar algo que no conoces es más difícil que encontrar algo que no necesitas papá.

―Solo quiero que estés bien―suaviza un poco la voz―estoy envejeciendo, dentro de unos años no podre  trabajar como lo hago ahora, es momento de que sientes cabeza, yo no voy a vivir por siempre―dice mientras corta un trozo de berenjena y lo lleva a su boca.

―Lose y es por eso que quiero ser independiente.

―Una mujer no puede, ni debe serlo.

―Hay mujeres independientes papá―vociferó levantándome de la silla con brusquedad.

―No me levantes la voz y siéntate ―frunce el ceño, aprieta más el tenedor y tensa su mandíbula―una mujer no puede hacer lo mismo que un hombre, métetelo en la cabeza―. Aprieto mis puños, él no lo entiende, solo porque no pueda no significa que no deba intentarlo.

―Cariño ¿quieres más berenjena? ―interrumpe mamá, sin mucho éxito.

―Tengo derechos papá.

― Y ¿Crees que haya afuera les importa? ―trago saliva.

―Sí y creo que les importa más que a ti.

― ¡Abigail! Siéntate―pide mamá como suplica.

  ―Lo siento, pero ya no tengo hambre

―Abigail.

Giro sobre mis talones, pero la voz de mi progenitor me detiene.

―Déjala en paz Fabiola―dice con una voz severa y  amarga―si no quiere comer no hay  por qué rogarla, no es nuestro problema es el de ella.

Ninguna como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora