Capítulo 2 - Danzas de influencia

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—¡Tierra a la vista!

Al oír el grito, Semaisira salió corriendo de su camarote y subió a cubierta. Estaba ansiosa por ver aquella ciudad de la que tanto le habían hablado, y de la que tanto había leído. Pero, al asomarse, tan solo vio un puntito minúsculo en el horizonte, muy similar a la costa que habían dejado atrás. Se sentó entonces mirando la diminuta tierra firme, con la esperanza que le aliviase un poco el mareo.

Al poco tiempo apareció Dalmet Firrere, dueño de la embarcación; de muy buen humor comenzó a hablar con el timonel. Semaisira se lo quedó mirando. Le conocía desde poco después de llegar a Curia, la capital del Imperio, desde su tierra natal, el Calfa de Sierra Naciente. Desde siempre, los artistas del nacentinos solo pensaban en hacer carrera en Curia, centro del Imperio y de la península. Donde las fiestas imperiales, y los grandes mecenas nunca faltaban. Y allí había llegado, llena de ilusiones, imaginando una larga carrera de bailarina por delante.

Y así comenzó a trabajar en ocasiones en el mismo Palacio Imperial, donde los embajadores y dignatarios siempre estaban dispuestos a regalar una bella danza a su emperador.

Pero las cosas no habían sido como ella esperaba, la corte Imperial, se alejaba cada día de su histórico liderazgo cultural y artístico, y el mal gobierno de los últimos emperadores estaba aumentando la corrupción y la lujuria.

Siempre había sabido que los grandes señores imperiales organizaban fiestas que rivalizaban con las del emperador mismo, y que en ellas no faltaba el alcohol y la zasca, un conjunto de plantas secas que se fumaban en largas pipas y alentaba sus sentidos.

En diez años que había permanecido en la capital, desde su adolescencia hasta sus 28 años, Semaisira había comprobado la tendencia hacia la depravación, agravándose un poquito cada nueva estación. Era impresionante lo fuerte que un mal ejemplo podía repercutir en la sociedad. El que había llegado a ser nombrado como el Emperador Sabio, fundador de la Casa del Saber, centro cultural del Imperio, había ido cambiando para mal con el tiempo. Poco quedaba de aquel joven emprendedor y visionario. Ahora era un cincuentón más preocupado por su siguiente festejo que por regir el Imperio.

Y esta propensión de la corte estaba llegando cada vez más a toda la sociedad imperial, y al resto de las Nueve Naciones del Imperio.

La bella Semaisira lo había comenzado a ver desde un principio, pero la esperanza de que se tratase de una moda pasajera le había dado fuerzas para llevarlo bien. Sin embargo, las prácticas de la aristocracia habían empeorado, y las fiestas eran, cada vez más, una costumbre periódica.

En su tierra, Semaisira no la habían entrenado para ofrecer su cuerpo, todo lo contrario, el fabuloso baile de caderas era un arte, no un estímulo sexual. Era como una poesía recitada. Pero, en Curia, se tomaban el ancestral baile como un preámbulo para el sexo. Lanzando toda clase de improperios, avivados por el alcohol y el zasca.

Su nuevo señor, Dalmet Firrere, había sido un espectador fiel en el teatro donde actuaba casi todas las semanas. Durante casi siete años, aquel hombre regordete y simpático había venido a verla cada vez que visitaba la ciudad, y en varias ocasiones, seguramente, en concordancia con cómo le habían ido los negocios, recompensaba a la joven con una moneda de plata o dos.

Lo cierto era que, cuando ella le percibía entre el público, se esmeraba más en su danza, y no solo por la posible moneda de plata, sino porque era uno de los pocos clientes que, realmente, admiraba la exquisitez del baile de caderas, y no la observaba como un objeto sexual. La miraba con aquella mirada de expectación, como la de los príncipes nacentinos de su tierra, sus primeros espectadores. Los mercaderes de la República Marejada controlaban las rutas comerciales marítimas de toda la Península, pero Dalmet Firrere tan solo comerciaba con la parte norte, y apenas había visitado Sierra Naciente. La primera vez que vio el baile de caderas fue en aquel teatro, ante Semasira. Y ahora, siete años después, allí estaba, a bordo de su navío, rumbo a una vida mejor, o eso quería creer.

El Imperio de las Nueve NacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora