Capítulo 9 - Advertidos por Madre Tierra

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Lynet estaba muy nerviosa desde hacía meses. Las diferentes señales no indicaban nada bueno. Lo que hacía dos años podría ser interpretable se convertía cada día más en una certeza. Como Gran Sacerdotisa del Santuario de la Vida, el centro más importante de la fe de los avetios, habitantes de los Bosques Frondosos.

Aquella mañana, como de costumbre, consultó al oráculo. En una ceremonia de rutina, consultaron a la tierra por los misterios del futuro. La Gran Sacerdotisa, seguida de tres pitonisas, incluida Caeli, su mano derecha, dos sacerdotisas, una veterana y otra no, y una neófita se prepararon, se quitaron la ropa hasta quedarse en enaguas, luego se untaron con barro y limo de las orillas del arroyo impregnándose de la energía de la tierra. Finalmente, una por una, con los ojos cerrados, cogidas de la mano en cadena, pasaron una a una por debajo de una pequeña cascada natural, quedando limpias del fango y bañadas por el agua sagrada de purificación. Al llegar la última al otro lado, con el agua hasta las rodillas, sin abrir los ojos, se situaron formando un círculo, dándose las espaldas, cogidas de las manos. Y así, comenzaron a girar, lentamente. En un momento dado, todas a la vez, abrieron los ojos, y dieron sin pronunciar palabra tres vueltas, mirando todo lo que sucedía a su alrededor. Percibiendo un ligero crujir entre la vegetación, una carpa recorriendo su pantorrilla, bajo la atenta mirada de un lagarto de río. Todo parecía normal hasta que dos ardillas en celo saltaron entre los árboles durante unos pocos segundos, antes de desaparecer entre la espesura de las copas de los árboles.

Así, ante las seis religiosas, la naturaleza protectora se mostró clarividente, indicando el atisbo de dolor que cada vez se apreciaba con más fuerza.

Las mujeres salieron del riachuelo, se secaron y se vistieron de nuevo, con la misma pesadumbre de haber advertido el peligro. Lynet miró a Caeli con el rabillo del ojo, su segunda asintió con la mirada.

Como de costumbre, el consejo de sacerdotisas escuchó el testimonio de las devotas, y deliberó sobre las premoniciones del rito. Todas coincidían en que un oscuro mal se cernía sobre la Península y las Nueve Naciones, pero los signos no entregaban nada más, a pesar de los largos debates.

Era desgarrador poseer una certeza como aquella, sin llegar a saber de qué se trataba. ¿De una plaga? ¿De un terremoto? ¿De una serie de malas cosechas? ¿Vientos huracanados? Aquellos eran los desastres de los últimos siglos, pero jamás había habido tantas y tan pronunciadas señales, al menos, eso creía Lynet, que no había vivido ninguna crisis natural en su vida, y mucho menos en sus diecisiete años como Gran Sacerdotisa del Santuario de la Vida.

Tal como le había indicado el Gran Chamán, la máxima autoridad en los Bosques Frondosos, debía mantenerle continuamente informado de las premoniciones de sus pitonisas y de las revelaciones de su oráculo, la Madre Naturaleza era el centro de la vida y credo de los avetios además de un solidario aliado de sus fieles.

A Lynet le costaba incluso mantener la calma ante los signos cada vez más evidentes del avance imparable de las fuerzas oscuras.

—Mi señora, ha llegado Gábala — le anunció Caeli.

—¿Quién? —pregunto ella.

—La joven de los sueños, la del sur.

Lynet lo había olvidado. Una niña que se creía capaz de ser sacerdotisa, saltándose así el periodo de neófita. En el Gran Santuario, igual que en otros templos menores de los Bosques Frondosos, la jerarquía era simple. Había tres tipos de sacerdotisas, las neófitas, que eran las que aún no tenían el periodo, las pitonisas, que eran las que estaban en su etapa fértil, y las veteranas, que adquirían esta condición al dejar de ser fértiles. Por otro lado, la Gran Sacerdotisa, debía estar en su etapa fértil, pues era el momento de mayor cercanía con la Madre Naturaleza, la capacidad de crear vida era lo más sagrado dentro de las creencias ancestrales.

El Imperio de las Nueve NacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora