Senes, el filósofo, debía salir de dudas, debía reconocer que no era un gran especialista en historia preimperial. De hecho, era una época que había sido vetada durante siglos. Sin embargo, Recemundo, un historiador Torcodo, aprovechando el vacío de poder de Curia, había estado, poco a poco, destapando la verdad sobre el origen del Imperio y sobre cómo se vivía en la Península antes de que llegara.
Recemundo siempre había cuestionado las teorías progresistas de Senes, y, como respuesta, Senes había cuestionado sus teorías históricas. A pesar de la cordial relación entre ambos, se respetaban, y siempre trataban de superar al otro en sus respectivos campos. Por fortuna, sus carreras profesionales habían ido de la mano, y nunca ninguno de los dos había disfrutado de una situación mucho más importante que el otro, impidiendo una humillación.
La clase de historia había terminado, como de costumbre, Senes contó los alumnos que habían asistido para verificar si había más que en su propia clase. Tan solo fue una pequeña decepción, diecisiete alumnos salieron del aula, lo que significaba tan solo tres más que en la suya propia. El desinterés por la cultura se estaba generalizando.
El historiador recogió sus cosas y de dispuso a irse, cuando se topó con Senes.
—Hola Recemundo.
No ocultó su desencanto. Recemundo hacía bastante tiempo que no hablaba con aquel filósofo engreído que solo sabía de fantasear alejado de la realidad. Siempre poniendo en duda los hechos históricos que él demostraba. ¿Qué querría?
—¿Qué haces aquí?
—Vengo a consultarte sobre historia.
—¡Qué raro por tu parte!
—Así es, tengo ciertas dudas sobre un periodo histórico en el que eres una eminencia.
A Recemundo le gustó mucho el tono con el que se le dirigía Senes, normalmente tan altivo.
—La época preimperial, supongo.
—Más bien la primera época imperial.
—Muy oscuro donde estás indagando.
—Tan solo quería aclararme un poco en cómo y porqué llegó el Imperio a la península. Qué motivó esa invasión, o colonización, y sobre todo, ¿de dónde provenían?
Recemundo sonrió, le encantaba aquel tema lúgubre, antiguamente censurado. Durante siglos, los historiadores no pudieron investigar, ni siquiera sacar el tema. Sin embargo, durante los últimos cincuenta años, la tendencia se estaba invirtiendo.
—Tendrás que invitarme a comer, no es un tema sencillo.
Senes sonrió, esa era exactamente la actitud que buscaba. Ambos eruditos se encaminaron al restaurante favorito del historiador, que se pidió suculentos manjares antes de ir al grano.
—Según he conseguido investigar, el imperio viene de oriente.
—¿De oriente? —se atragantó Senes, pues se trataba de sus peores suposiciones— Como... ¿la nao de oriente?
—Sí, hace unos mil años, vivían las nueve naciones en la península tranquilamente, con sus querellas de vez en cuando, pero en equilibrio de fuerzas. Todos convivían sin imponerse, con sus especialidades y recursos. Pero un día, de repente, viene una fuerza invasora.
—El imperio.
—Sí —dijo, tras tomarse un sorbo de vino—.Y tenían una tecnología superior. Acero. En la península sólo se conocía el bronce.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, todo es teórico, como te digo. Pero he podido revisar algunos yacimientos, en emplazamientos donde se batalló, encontrando personas armadas de forma muy diferente.
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El Imperio de las Nueve Naciones
FantasyUn misterioso monopolio del Azufre ha mantenido al Imperio como la más poderosa de las Nueve Naciones de la Península. Sin embargo, con los yacimientos agotándose, el equilibrio se desmorona. Un emperador desentendido de sus obligaciones imperiales...