Mixoto tomó a Sofía de la mano y la llevó hacia unas escalerillas. Subieron una por una hasta llegar a un mirador desde donde se podía ver casi todo el jardín. Desde allí arriba contemplaban el suave y denso césped, las centenas de puertas, las flores, el pequeño lago; desde aquel lugar se observaba la totalidad del jardín, gracias a la luminotecnia de la cúpula «podría ser más brillante que El Sol».
Sofía miraba hacía todas partes hasta que una frase grabada en el leño del árbol llamó su atención:
"Este es el lugar donde los sentimientos desmesurados de los hombres residente, donde sus ideas incumplidas tienen tranquilidad, donde sus conocimientos quedan inalterados, y donde su grandeza camina por el bien; pregonando su gloria inmortal".
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Sofía.
De la boca de Mixoto no emergió ni una sola palabra, mas de sus ojos fluyó una mirada llena de respuestas con la incógnita de cuál de ellas era la correcta. Tal vez aquel balcón causaba algo de enajenación, nadie lo sabe; solo el sentimiento adherido al momento lo sabrá.
"La humanidad estará en paz siempre y cuando tenga sed y hambre. Cuando no tenga ni sed ni hambre peleará por guardar lo poco, y allí es cuando entonces surgirá la guerra. Como el gavilán que siempre está en calma, pero en espera de la interrupción de una presa..." «leyó otra cita».
—¿Qué quiere decir esa otra cita? —preguntó Sofía.
—Hubo muchos argumentos sobre la Paz y la Guerra en la antigüedad —señaló Glykó—. Los antiguos creyeron que ambas eran opuestas por mucho tiempo, hasta que un ilustrado dio pie delante. Estableció que la Paz y la Guerra estaban entrelazadas como los ríos de las praderas, y que una moraba en la otra. Sin la primera no se podía conocer a la segunda ni hacer diferencia entre las mismas. Y si siquiera acaso existiese una sola, las imperfecciones y defectos de esta significarían la existencia de la siguiente.
—Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con la sed y el hambre? —interpeló Sofía, buscando la respuesta más aclaratoria con su tono de voz.
—La sed y el hambre son como el poder y el dinero, pero en direcciones opuestas —respondió y continuó:
«Cuando se tiene dinero y poder no se espera más que la abnegación al ceder por el bien común. Cuando no se tiene ni sed ni hambre no se espera la ayuda mutua, como no se sufre de nada, la sensibilidad de la ayuda desaparece. Y luego cuando se sufre de todo, la ayuda es necesaria, pero la sensibilidad no encuentra a los corazones».
Sofía se quedó mirando hacia el jardín desde la galería. No se adoctrinó con lo que acababa de escuchar, simplemente continuó navegando en su barco de paz mientras la brisa bailaba con sus cabellos tangos de primaveras.
«Seguramente no entendió» pensó Glykó. «Si ella no logró comprender mi señalamiento, apuesto a que su corazón sí lo hizo. Cuando el corazón no entiende, la mente lo hace; esta vez fue al revés».