El Comienzo.

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Nunca podría aceptarlo.

Eso es lo que el joven inuyoukai pensaba el día en que su padre había dejado este mundo. No había forma en que aceptara a la hembra humana y al cachorro hanyou que habían sido los responsables de que el poderoso general del oeste ignorara sus mortales heridas y se lanzara a la batalla por protegerlos. Heridas que podrían haber sanado si se hubiera dirigido al palacio para descansar y ser atendido.

Él sabía que era también responsable de la muerte de su progenitor. Si tan sólo por un momento hubiera dejado de lado su propio orgullo y hasta el dolor de saber que su padre había formado otra familia...pero no lo hizo. Probablemente porque pensó, en algún recóndito e infantil lugar de su mente, que su padre era invencible. Que sin importar qué tan terribles fueran sus heridas o qué tan grande su debilidad, siempre volvería. Sin embargo, esa noche, por alguna razón, Sesshoumaru había recordado las palabras que su padre le había dicho hacía tanto tiempo, cuando había estado al borde de la muerte por una batalla: "Sesshoumaru...tu padre no es invencible..." y poco después, la noticia de su muerte había llegado hasta sus oídos...

La incredulidad y la negación fueron la principal razón por la que Sesshoumaru volvió a las ruinas de aquel Palacio en el que la princesa humana había habitado, y hacia donde su padre había corrido aquella noche.

El adolescente se acercó lentamente, sin permitir que su necesidad de correr a comprobar lo que su nariz ya le decía, se apoderará de él. Esos últimos pasos fueron más duros de dar que ningún otro en su joven vida. Sintió sus piernas temblar en cuanto sus ojos se fijaron en la figura calcinada y marchita que reconoció como su gran padre. Touga, el poderoso Inu no Taisho y general del Oeste yacía sin vida frente a él.

Escuchó a Totosai cuando llegó, mencionando algo como que no esperaba verlo allí, pero su voz sonaba muy lejana. -Largo.- fue la única palabra vacía que Sesshoumaru le dedicó, sin apartar su mirada de los restos de su padre. En cuanto el viejo herrero titubeó, una sola mirada carmesí sobre su hombro fue suficiente para que Sesshoumaru le infundiera el pánico suficiente para que huyera. El joven devolvió entonces su mirada a su padre. Y, lentamente bajó hasta quedar de rodillas a su lado. Sentía la madera de las ruinas clavándose de forma incómoda en sus piernas, pero su mente apenas lo registraba. En esos momentos un dolor incomparablemente mayor comenzaba a surgir en su corazón.

Estaba muerto.

Su cabeza bajó, su cabello cubriendo la mitad de su rostro.

Estaba muerto.

Sus manos, temblorosas se acercaron al cuerpo de su padre y lo levantaron con cuidado, atrayéndolo a un último y quebrado abrazo. Sus ojos ardían con lágrimas no derramadas aún, pero su dolor era tan grande que poco pudo hacer para evitarlo mucho más, así que, mientras el nuevo señor del Oeste sostenía en brazos a su antecesor, gruesas lágrimas de pesar corrieron por sus mejillas, mientras su cuerpo comenzaba a ser sacudido por ligeros y silenciosos sollozos. -Padre...- llamó con voz dolida y quebrada, pero, por primera vez en su vida, ese llamado no tuvo respuesta.

Estaba muerto.

Tres días y dos noches transcurrieron, sin que Sesshoumaru se apartara del lado de su padre. Había bajado el cuerpo varias horas después de abrazarlo, y sus lágrimas habían salido hasta que ya no le fue posible derramarlas más, quedándose entonces sólo allí, mirando con ojos vacíos los restos del general, llorándole sin lágrimas ni sollozos. Estaba perfectamente consciente que no volvería a verlo abrir los ojos y levantarse, que no volvería a escuchar su voz o su risa, pero una parte del joven shiroinu no podía evitar pensar que quizás si lo deseaba con la fuerza suficiente, esa situación cambiaría.

Al tercer día, una familiar presencia, que el joven había comenzado a percibir hacía casi un día, llegó finalmente a las ruinas de aquel Palacio.

-Sesshoumaru.- llamó una voz familiar, que el joven ignoró. El sonido de pasos acercándose resonó en sus oídos, pero de nuevo, lo ignoró. Silencio.

-Levántate, Sesshoumaru.- vino de nuevo aquella voz tras un silencio que le pareció eterno. El muchacho no pronunció palabra o dio muestras de haber escuchado la orden, y poco después una mano se posó sobre su hombro de manera firme. Sesshomaru movió bruscamente el hombro para apartarlo, pero eso no era aceptable, pues esa mano pronto sostenía su codo con un agarre de hierro y lo forzó a levantarse de un tirón. Sesshomaru gruñó de forma amenazante al ser forzado a encarar a su madre.

-No voy a perderte a ti también, viendo cómo permites que el dolor te consuma.- le dijo la dama del Oeste con una voz firme y severa, viendo a su único hijo apartar su rostro con una expresión herida e impotente.

-Él pudo salvarse...si no hubiera venido...si yo...si lo hubiera ayudado...- comenzó, cada palabra infundida con el veneno del dolor.

-Basta. Tu padre amaba a su familia más que a nada en este mundo, y esa decisión fue producto de ese amor. Él sabía perfectamente lo que hacía. No hay forma que te culpase por ello.- le dijo con afecto y tristeza en su voz y en su mirada.

El joven señor del Oeste parecía al borde de quebrarse, pero hacía un valiente intento por evitarlo, y una de las suaves y cálidas manos de Irasue acarició su mejilla con afecto, y cuando Sesshoumaru devolvió la mirada hacia los ojos de su madre, Sesshoumaru pudo ver lágrimas no derramadas brillando en éstos. -No eres el único que lo perdió, Sesshou...yo también perdí a mi compañero...-le murmuró la hembra, y una solitaria lágrima corrió por su mejilla izquierda. -Está bien que llores por él, está bien que desahogues el dolor de la pérdida, pero lo que no está bien es que, a cambio de ocultarlo, permitas que tu pesar te consuma...- le dijo la hembra mientras atraía a su cachorro a un abrazo maternal y de mutuo consuelo, y entonces, sólo entonces, Sesshoumaru se permitió llorar genuinamente la pérdida de su padre y de la persona que se había convertido en su primer amor.

Los rituales de despedida del general se llevaron a cabo, y sus restos fueron sellados en una tumba de la cual Sesshomaru no tenía conocimiento.

Cinco años habían pasado desde entonces.


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