Epílogo

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Jongin quiso arrugar el papel entre sus manos, destrozarlo e incendiar cada parte, pero no pudo hacerlo. Cada palabra que venía del puño y letra de Yixing era sincera, directa. El chico estaba apenado por la situación, porque sabía que la ilusión de ser padre y formar una familia juntos se había arraigado tanto que dolía.

Lloró, no iba a negarlo. Había aprendido a querer a Minho, a entenderlo con todas las características que siempre le pertenecieron a Sehun. Le ilusionaba que, en el futuro, el niño pudiera llegar a quererlo aunque sea un poco. Y Yixing, con esa sonrisa y hoyuelos que podían derretir a cualquiera, le correspondiera el amor que lentamente había comenzado a sentir por él. Las cosas eran complicadas, diferentes a lo que había imaginado con tanto anhelo.

Soltó un suspiro, y tras un debate consigo mismo, decidió eliminar todo rastro de esa familia que no era suya. Borró cada foto, los números telefónicos y los correos que alguna vez intercambió con Yixing cuando éste estaba en China.

El timbre de su puerta lo trajo de nuevo a la realidad, después de largos minutos en los que no supo qué hacer con la carta. Decidió que lo pensaría más tarde.

Se dirigió a la entrada, preguntándose quién podría ser. Él no solía tener muchas visitas, sólo las de sus hermanas mayores, pero ellas siempre llamaban antes de llegar. Pensó que sería algún vecino, quizá algo de su correo había llegado a la persona equivocada.

Al abrir la puerta no obtuvo una cara familiar, sólo a un chico y a un niño que le miraban fijamente, inspeccionando a consciencia cada parte él. Ni siquiera tuvo tiempo de preguntar quiénes eran o qué deseaban, porque la voz del menor resonó por el pasillo, haciendo que sus rodillas se tornaran débiles.

—¿Él es mi papi? —preguntó el pequeño.

El hombre que le acompañaba miró a Jongin. Era bajito en comparación con el dueño de la casa, con ojos grandes y labios de igual proporción que el moreno se encontró mirando más de lo que debería. Era guapo también, aunque la expresión seria parecía indicar que no se podía establecer una conversación tan fácilmente con él.

—¿Eres Kim Jongin? —preguntó. Su voz era grave, algo que Jongin no imaginó y que de alguna forma encontró atractivo.

—S-sí...—tartamudeó.

—Entonces lo es, Taeoh.

Esas palabras hicieron que el nombrado compusiera una sonrisa que abarcó todo su rostro. Jongin abrió los ojos, porque el niño se aferró a él con fuerza. Taeoh rodeó el cuerpo de su padre como pudo, extendiendo sus bracitos tanto como le era posible para abarcar toda la cintura.

—¡Papá! —exclamó, en un tono chillón que no disgustó a Jongin.

—¿Disculpa?

—Fuiste mi donante de esperma hace ocho años —explicó el hombre.

Jongin hizo un esfuerzo por recordar las fechas, pero le fue imposible. Tal vez porque se trataba del tiempo en el que los problemas con Taemin y su matrimonio habían comenzado.

—Soy Kyungsoo, Do Kyungsoo —continuó el chico—. Y él es Taeoh, tu hijo.

—Ya quería conocerte —dijo Taeoh, enterrando su rostro cerca de las costillas de Jongin.

Ahí estaba. Jongin lo sintió, una peculiar calidez que se extendió por cada parte de su cuerpo, desde el pecho hasta las yemas de los dedos. Reconoció a Taeoh como nunca pudo hacerlo con Minho, y no sólo eso, el niño estaba feliz de haberlo encontrado.

Con torpeza acarició el cabello de su hijo, quien tomó su mano y preguntó con excelentes modales si ambos podían entrar a su casa. Los dejó entrar, porque Taeoh parecía muy emocionado y porque algo lo atraía como un imán a Kyungsoo.

Loco por él  [SeXing]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora