La Victoria nunca es completa.

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El frío de la calle se cuela por mis huesos. Las estrellas parecen estar escondiéndose de este terrible clima dejando que la noche se vuelva aún más aterradora. Ya casi estoy en casa.

Camino con la máxima velocidad que mis piernas algo entumecidas me permiten. Por mi mente pasa una deliciosa taza de chocolate humeante que mi hermano ahora debe estar preparando. Hará la bebida a su manera, agregándole eso que solamente él sabe; el ingrediente secreto.

Muy a lo lejos, en medio de la neblina diviso una pareja. Están muy juntos manteniendo el calor y marchando a paso lento, liberando el calor de sus cuerpos hacia el cielo mientras se comunican. Casi de inmediato pienso en Victoria. Ella era la novia de mi hermano hasta hace sólo un par de días. No ha sido justo con ninguno de los dos, pero debo defender a mi hermano. Ha estado pasándola muy mal y apenas ha sonreído a pesar de mis estupideces diarias y comentarios fuera de lugar.

Eso es lo que hace el amor. Romper, quemar, destruir y terminar.

Para agregarle a la tragedia amorosa, ha tenido un muy mal rato en la escuela. Al parecer todo esto de Victoria se le ha colado no sólo en las venas, sino también en su cerebro. Pero bueno, esa es la vida y algún día algo como esto tenía que pasar. Nuestras vidas siempre han sido así, un sube y baja de emociones. Uno donde ahora él está muy abajo y yo a medio camino de la colina esperándolo.

Las luces de casa se hacen más brillantes. Hago mi camino por la ruta adoquinada y empiezo a sentir el calor que emana mi hogar. Puedo escuchar la suave música que mi hermano empezó a disfrutar en compañía de Victoria y que desde entonces siempre escucha al hacer sus increíbles cuadros.

Toco un par de veces en la puerta de madera. Siento como si mis nudillos fueran de cristal y estuvieran estrellándose y destruyéndose contra la fría puerta. Una leve tos –que ha estado fastidiándome desde hace tres días– sale por mi boca en forma de humo.

¿Por qué no abre?

No es la primera vez que pasa... siempre se dedica a su pintura como si el resto del mundo dejara de existir. Se va muy lejos como si el mundo ya no lo necesitara. Hermanos... Abro mi bolsa apoyándola contra mi rodilla. Rebusco entre mis millones de pertenecías en el reducido espacio que es mi bolsa.

–¡Tontas llaves! –un minuto después las encuentro. Resplandecen en la poca luz que escapa de las ventanas. Están frías al tacto así que maniobro para que abran la puerta lo más rápido posible.

Abro la puerta y el olor a chocolate inunda mis sentidos, y entonces sé que estoy en casa. Dejo caer mi bolsa en el sillón más grande y voy directo a la cocina esperando encontrar a mi hermano allí con su mirada perdida, bien sea pensando en Victoria o en su próxima obra de arte. No lo encuentro allí. En vez de eso me acerco a la estufa porque está completamente inundada de leche. Cierro rápidamente las llaves del gas y me recuerdo regañar un poco al despistado artista que tengo como hermano.

Me sirvo el poco chocolate que ha quedado en la jarra metálica, me quito mi abrigo y lo lanzo en algún lugar del armario. Subo las escaleras saboreando el delicioso chocolate que me encanta que mi hermano haga para las nevadas. Suelto mi cabello y voy sacándome el abrigo de lana que ha hecho su trabajo por hoy. Enciendo la luz al llegar a mi habitación, me veo en el espejo con el  gracioso bigote de espuma que mi bebida ha creado. Decido ir a presumirlo en la habitación continúa.

–¡Hey! ¡Mira esto –digo alegremente mientras toco la puerta junto a la mía–, creo que tengo un bigote más tupido que el tuyo!

Al notar que no abre y que es probable que no me oiga sobre la música, entro enfocando mi vista en el suelo, ya que la última vez que estuvo en uno de sus delirios de artista mis zapatos sufrieron un ataque de óleos que los dejó fuera de combate.

Cierro la puerta y observo detenidamente el lugar buscándolo. Está en el "ático".

Busco las escaleras de bambú que lo separan de la tierra, subo con cuidado. El pequeño lugar que ha creado sobre su habitación guarda los secretos de su arte. Los secretos de su alma. Lo siguiente que oigo es el sonido de mi vaso de chocolate rompiéndose contra el piso. Mi respiración parece cortarse o perderse en alguna parte del universo.

Un lienzo está en medio de la salita. Dice con letras escalofriantemente negras: "He llegado a la Victoria" Nada más.

Todo parece incoherente, triste y depresivo. Apenas intento llamar a mi hermano me encuentro con la más aterradora imagen que puede existir. Mi hermano está colgado de una de las vigas de madera del techo. Sus muñecas están derramando la sangre de su cuerpo, luciendo pálido y... sin vida.

–¡Santo Dios! –es lo único que logró articular antes de correr hacía él para liberarlo del techo.

No importa cuánto intente o lo que haga. Mi hermano se ha ido. Ha dejado de existir, pero mi mundo aún lo necesita.

Mi pérdida es también parte de su victoria.



Juliana.

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