Corazones y cruces.

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–¡Escúchame por favor!

–No hay nada que decir –dijo ella con las lágrimas desbordándose por sus ojos, enfriando sus mejillas rosadas por la ira.

–Amor, espera –la sostuvo de la muñeca girándola para que lo viera. Lo que había generado aquella discusión era una mujer abrazándolo en su habitación, en su cama.

–¡Déjame! No quiero que me toques –se zafó de su agarre reprimiendo las ganas de lanzarse y causarle dolor tanto o más dolor del que él le estaba causando a ella.

–Tienes que escucharme... no es lo que tú piensas –se escudó el bajo la famosísima frase que no hacía más que reafirmar los hechos. Eran las palabras que no tenían que decirse en un momento como ese.

Ella, incrédula de lo que acababa de oír, se limitó a girarse sobre sus talones y salir de ese lugar. Aquella chica únicamente quería ver a su novio antes de tener que irse con sus padres por varios días en un viaje de vacaciones. Lo que se encontró no fue nada agradable; después de más de ocho meses juntos en una relación que parecía ir muy bien, él estaba engañándola.

Uno de los dolores más profundos es aquel que sientes cuando te rompen el corazón. El cerebro se encarga de recopilar toda la información, imágenes y sensaciones recordándote esa persona que te ha lastimado. La naturaleza es cruel.

Mientras ella lloraba por las calles oscuras que llevaban a su casa, un joven iba saliendo disparado de su hogar, huyendo de algo a lo que no quería enfrentarse, algo que no quería estar viviendo. Miró hacía atrás corriendo hacia el parque cercano a su casa. Iba tan concentrado en su huida que no se dio cuenta de la figura encorvada con la mirada fija en el suelo que se aproximaba a él.

–¡Lo siento, lo siento! ¿Te encuentras bien? –dijo él ayudándola a levantarse del suelo. La chica tenía lágrimas en los ojos que pensó eran causadas por el choque.

–Es... estoy bien. Gracias –ella se acomodó su abrigo y sin mirarlo siguió su camino de penas.

Él no pudo evitar preocuparse por ella. Una chica llorando caminando en la noche no parecía conllevar algo muy bueno. La voz de su madre se coló en su mente: –Todos cargamos con una cruz diferente. Unas son más pesadas que otras. Por supuesto su mamá lo decía en un contexto diferente, pero en esencia era lo mismo.

–¡Hey, espera! –andó los pasos de ella hasta quedar a su lado. –¿Estás bien?

Ella lo miró con sus ojos marrones rojos e inflamados de tanto llorar. –Sí. Ya te dije que estoy bien.

–¿Puedo acompañarte? No... no deberías estar caminando sola a esta hora –miró alrededor buscando alguien más en la calle, pero ellos eran los únicos.

–Tú tampoco deberías... –ella no paraba de mirar el suelo, tal vez buscando en sus zapatos una idea del por qué su novio la había engañado. 
Ocho meses... perdí ocho meses de mi vida.

–Podemos hacernos compañía –se llevó las manos a los bolsillos buscando calor–. ¿A dónde vas?

A ella le habían enseñado que no se debe hablar con extraños en la calle por seguridad, pero no le pareció que aquel chico de cabello despeinado y con expresión algo preocupada fuera un peligro exponencial. –No lo sé...

Él la cuestionó sobre su muy poco realista respuesta. En medio de la noche ella debía ir hacía algún lugar, en especial para refugiarse del frío y, tal vez, llorar en paz.

–Es una pregunta que no puedo contestar. Es... de carácter filosófico –dijo ella sintiéndose algo graciosa. Para su sorpresa el chico entendió perfectamente y se dejó ir en una genuina risa. Era extraño que él la encontrara graciosa, ya que su pareja... ex pareja, nunca le encontró gracia a lo que ella creía era gracioso.

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