«Diez»

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No fui al trabajo por el resto de la semana, desde el miércoles hasta el obvio viernes, me sentía fatal, mi hermana trataba de animarme, pero sus esfuerzos eran en vano. Según ella me volví frío y sin corazón, aunque no sé si creerle. Yo no he sabido nada de nadie, ni de Seungcheol, ni de mi madre, ni mi padre, ni Jeonghan, nadie. Todos se olvidaron de mi existencia, y es mejor para mi pues necesito pensar y recapacitar en lo que me pasa, todo lo que ocurre a mi alrededor.

Seungcheol me ha llamado y es el único que se ha interesado en mi, el único que trata de llamarme. Pero no he contestado, no porque me enojé con él, si no porque si contesto me ablandaré de nuevo, me pasará lo mismo que pasa siempre que estoy con él, las sonrisas tontas, los cosquilleos, la felicidad extrema que me da con sólo mirarme junto a todo lo que trae él. Y en estos momentos no necesito ablandarme, necesito ser fuerte y frío, con una dureza que me ayudará a protegerme de las cosas que se avecinan por mi familia.

Me bañé y salí, era sábado por la mañana, me levanté temprano por alguna razón, mi mente no para de acordarme de las cosas que hago, o de las que sólo me pasan. Pasee por todo el parque que es pequeño pero vasto para la comunidad de los alrededores.

Caminé y caminé, sin parar, sólo para poder despejarme, estoy mezclado de todo, me siento confundido y atraído por la idea de sólo ir a donde Seungcheol y quedarme con él por el resto de la tarde. 

Pero debo ser fuerte, no tengo que perder la poca dignidad que me queda, no puedo ir como perro detrás de él, si no me presta atención, por más que me guste no quiero seguirlo siempre cegado por mis propios sentimientos.

Mi móvil vibró, otra vez, traté de ignorarlo, pero la gente que pasaba junto a mi me miraba raro por no contestar, a lo que yo para no pasar un poco más de vergüenza de la que estoy pasando, respondí sin mirar ningún nombre ni ningún número. 

—Jihoon, al fin, creía que me habías olvidado.—Seungcheol contestó, no me lo puedo creer, esto no puede estar pasando.—¿Qué te pasa? No has ido al trabajo, no me contestas las llamadas, y fui a tu casa pero no estabas.—Se le notaba decaído pero yo me mantuve en mi posición, no quería caer a sus pies. 

Quedé en silencio y seguí caminando, hasta llegar a una banca que había en el parque, me senté con un suspiro, y con él al teléfono.

—¿Por qué me llamas?—Dije frío.

—¿Cómo que por qué? ¡Prácticamente desapareciste del mapa!—Se le notaba hasta triste por mi lejanía a su compañía.

—Bueno, he estado ocupado.—Mentí, lo dije distante y frío, sin corazón. 

—Si has estado ocupado, deberías relajarte, porque también hay gente que te quiere y las estás alejando con tus problemas.—Se escuchaba demasiado molesto, como si de verdad fuera a explotar.

Quedé en silencio, ¿Problemas? Yo no tengo problemas, bueno si tengo, todos los tenemos, pero no es por eso que alejo a las personas que conozco. 

—Ok.—No respondí más, y la llamada quedó más que en silencio, si fuera posible, de seguro pasaría un arbusto rodante que demostraría lo desierta que esta la conversación.

—¿Sabes qué? Voy a ir a verte, ¿Donde estás?—Contestó cortando el pacífico silencio que reinaba dentro de la llamada.

—En el parque frente a mi casa.—Dije, no me importaba encontrarme con él, pero si me importaba ver su rostro, que tanto llama mi atención.

Cortó, sin ninguna respuesta más, yo me quedé mirando lo solitario que estaba en el parque. Estaba vacío, no había ni una vida. Yo era el único loco que se va a un parque un sábado a las diez de la mañana. 

Mi hermoso amuleto «Jicheol»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora