Desde que Apolo cayó (momentáneamente) en la locura grecorromana, Rachel no ha podido vislumbrar nada. No hay sensaciones raras, no leves presentimientos... nada. Era como si hubieran apagado el interruptor que encendía al Oráculo.
La búsqueda y traducción de los libros Sibilinos era una pérdida de tiempo total. Ella, la arpía, parecía no poder recordar ninguna otra línea después de que cada campamento se estableció.
Rachel no culpaba a la pobre arpía roja, pero tampoco podía evitar sentir algo de resentimiento. Sin profecías no había necesidad de un Oráculo, sin necesidad de un Oráculo de nada servía Rachel, si de nada servía Rachel... entonces era hora de irse del campamento.
Así que eso fue lo que hizo. Una noche simplemente empaco sus cosas y se fue sin mirar atrás. Era lo mejor, si hubiera volteado seguramente no habría podido alejarse.
El tiempo pasó. Rachel termino la secundaria en el colegio para señoritas que su padre quería. Se convirtió en una refinada joven de la sociedad. Nada quedaba de aquella niña pelirroja que anda con la ropa llena de pintura, nada quedaba de la niña pecosa que gustaba de correr descalza por todo el campamento junto con las ninfas y las hijas de Apolo, nada quedaba de aquella mortal que alguna vez fue bendecida con el poder de la profecía.
Nada quedaba de la Rachel Elizabeth Daré que los semidioses griegos y romanos conocieron hace tiempo. Solo había una cosa que ella no cambio…
Rachel nunca fue en contra del voto hecho al dios de las profecías. Ella seguía siendo tan pura y virginal como cuando juro serlo.
Pero dentro de poco tendría que romperlo. Su padre había dictado que por el bien de la empresa Rachel debía sacrificar su libertad y "enamorarse" de un joven empresario que estaba ganando terreno en el ambiente laborar con una alarmante rapidez.
La ex Oráculo ya había tenido un par de encuentros con aquel joven empresario. Podía vislumbrar con facilidad una vida con él. Tendrían grandes cenas a la luz de las velas, salidas al teatro o la opera, irían a conciertos de sinfonía y a las exposiciones de arte. Sería una vida llena de todo lo que pudiese desear. Seguramente dos niños y un pequeño perro pequinés. Un mayordomo, un cocinero, varias mucamas, una ama de llaves.
Lo tendría absolutamente todo…y a la vez no tendría nada…
Porque ella también podía imaginar cenas/almuerzos/desayunos en soledad. Podía ver a sus hijos asistir a diferentes internados sin poder formar un lazo con ellos. Podía ver que tendría a alguien para encargarse del pequeño perro. Podía verse sonriendo para fingir que era feliz. Podía verse leyendo en el diario sobre alguna aventura amorosa de su marido y no hacer nada porque una dama no realiza escándalos, sin importar la razón.
Ella podía ver como seria encarcelada en una jaula de oro para todo lo que le resta de vida. Pero no haría nada, ese era el precio a pagar por involucrarse con lo mitológico, ese sería su castigo por romper su voto.
Es por eso que no dudo en aceptar la propuesta de matrimonio del joven empresario, solo tres meses después de que empezaran a salir de manera oficial. Todo el mundo decía que estaban muy enamorados. Que eran la pareja perfecta.
Rachel prefería no escuchar nada sobre eso. A ella no le importaba si eran la pareja perfecta. Solo había una razón por la que se casaban y eso era lo único que importaba.