Introducción

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Introducción

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Les voy a contar algo que sucedió hace poco, algo que cambió mi rutina y la de los que me rodeaban, espero que para siempre.

Mi nombre es Nino y soy un gato casero. Me adoptaron de muy pequeño y he tenido la suerte de vivir entre almohadones gran parte de mi vida, junto a mis amas Samantha Blake, su hija, la pequeña Sophie y la abuela Sienna. No me olvido de mi compañera felina, la preciosa y malvada Nina.

Ella es hermosa y fría como la nieve que cae en el patio durante los inviernos, solo que su pelaje no se parece en nada al blanco casi transparente, sino que es bien oscuro, como el cielo durante las noches sin luna. Se habrán dado cuenta de que estoy enamorado de aquella gatita arisca y, por años, ha sido un amor totalmente unilateral.

No se imaginan cómo intenté toda clase de tácticas de seducción con ella. Primero fui tierno y juguetón, luego fui más directo y quise ir al grano, alternando con períodos de calculada indiferencia, para terminar en el ruego lastimoso por un poco de cariño. En todas las ocasiones, el resultado ha sido el mismo: un manotazo de su garra y el doloroso desprecio.

Ahora que miro hacia atrás, creo que ella ha estado celosa de mí desde que llegué. Sí, celosa del hecho de que yo fuera más pequeño y esponjoso, con mi blancura y mis ojos verdes. Realmente puedo ser adorable para los humanos cuando quiero.

A Sammy, Sophie y la abuela les encantaba llevarme de un lado a otro cuando apenas cabía en la palma de una mano humana, hasta que crecí y pasé a los almohadones del sillón de la sala de estar. Luego tuve mi primer celo, y mi primera desilusión con Nina.

Entonces comencé a cuestionar el asunto. ¿Para qué me pusieron un nombre que hiciera juego con el de ella? ¿No estábamos destinados a ser el uno para el otro? ¿Por qué no se resignaba, y ya? Temí que apareciera otro gato en el vecindario que sí le pudiera gustar, entonces perdería para siempre las esperanzas. Porque todavía tenía algunas, no crean.

Bueno, pero no es de eso que quiero hablarles ahora. Como dije, quiero contarles una historia que nos involucró a Nina, Sophie, Sammy y a mí.

Desde la tarde en que vimos el juego de apertura de temporada de las Grandes Ligas de Básquet, hace un par de meses, esta familia se ha revolucionado. Al parecer, había un nuevo jugador estrella que llamó la atención de todos. No paraba de verlo en las noticias, o en los programas de deportes que a la abuela y a Nina tanto les gustaba ver.

Se llamaba Dylan Skeen y le decían “el mago”, por la forma en que maniobraba la pelota anaranjada. Sophie comenzó a llamarlo “papá”, desde que mi ama se encerró con ella en la habitación esa misma noche y le confesó un montón de cosas. Sophie tenía mi edad, casi cuatro años, ¿saben? Y recuerdo haber sido siempre el único miembro masculino de esta familia. Quise ver a ese mago, así me enseñaba algunos trucos con la mini pelota anaranjada que usábamos con Nina para jugar, tal vez lograra impresionarla.

Porque sí lo iba a conocer. Había llegado el momento en que Sammy y Sophie viajarían a encontrarse con Dylan a Nueva York, una ciudad mucho más grande que nuestro pueblo. Y entre el equipaje, había un transportador plástico para Nina y para mí. Sammy había conseguido trabajo en un restaurante de ese lugar, como chef, así que nos íbamos a quedar un tiempo por allá.

Ellas tenían muchas expectativas con esta travesía. Quédense conmigo, les contaré lo que ocurrió a partir de entonces.

Por el camino (Crónicas Gatunas # 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora