II. Mi juguete

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Cyrus era un ángel, uno tan adorable como dulce y TJ lo sabía.

Cyrus era la mismísima  inocencia en su estado más puro.

Cyrus era un ser tan delicado, tan frágil, tan misteriosamente perfecto, tan único.

Cyrus era tan perfecto, que a veces era difícil creer que era una persona de carne y hueso y no un ángel caído del cielo.

Cyrus era tan...Cyrus, a veces no había incluso con qué compararlo, porque muy pocas palabras eran dignas de ser usadas para describirlo, porque incluso había veces en las que estás se quedaban cortas, ninguna parecía poder expresar todo lo que él era.

Aquel de mirada café, era alguien que a penas a sus nueve años de edad, tenía a todo mundo hipnotizado, comiendo de su mano. Porque todos, absolutamente todos estaban de acuerdo en lo todo perfecto que era, nadie se atrevía siquiera a negar tal verdad, incluso TJ quién a sus 17 años se encargaba de ser una especie de niñero para el más joven, se atrevía a no estar de acuerdo con aquello, que incluso él sabía que era verdad.

Todo mundo sólo sabía una cosa: Cyrus era un ángel, un muy bonito ángel, uno tan frágil como el cristal y tan sumiso y obediente como se suponía que un niño de su edad debía ser. Era por todo esto y más que era sin duda muy especial, porque a pesar de contar con cuatro papás, ninguno de estos podían hacerse cargo de él la mayoría del tiempo por lo que desde hacía dos largos años que TJ se había convertido en la persona con la que más tiempo compartía.

En un principio la presencia del basquetbolista en su vida, lo aterró, y es que no le alargaba lo intimidante que parecía ser, pero entre quedarse solo la mayor parte del día o estar con el aterrador chico, pues era preferible el aterrador chico, porque después de convivir con él descubrió muchas cosas.

TJ no era malo, al menos con él no.

TJ era amable con él.

TJ podía ser capaz de compartir tiempo con él y aún así no quejarse.

TJ era parecido a sus papás, a su familia entera, a sus amigos, a sus compañeros de escuela, en fin era parecido a todo el que conocía, porque también lo adoraba como los demás.

TJ era...fácil, muy fácil de doblegar, de manipular.

Era una persona muy dócil con él, una persona que perdía toda voluntad con una palabra de su parte, y eso le divertía tanto, porque antes de conocerlo, no sabía que si se lo proponía las personas podían ser también sus juguetes, unos juguetes mucho más divertidos que aquéllos de plástico o cualquier otro material, que solían acumularse en el baúl de su cuarto.

Entonces jugó con TJ sin perder su papel de niño bueno, y al comprobar lo divertido que era usar a las personas  como sus juguetes también hizo lo mismo con sus amigos, con sus papás, pero en todo ese tiempo en que se volvió mucho más hábil en su forma de manipular, descubrió que jugar con los demás no era tan divertido como jugar con TJ, la sensación y la emoción no eran las mismas si no era él con quién jugaba, por lo que decidió que si el de ojos verdes era él único despertar interés en él era mejor quedárselo para siempre.

Fue así como decidió que TJ sería suyo.

Y gracias a aquel rostro lleno de la más falsa inocencia sabía que lo conseguiría.

Porque a él nunca se le negaba nada, menos un juguete que sabía que era suyo.

—¿Te cuento un secreto?

El basquetbolista le sonrió como de costumbre.

Adoraba las ocurrencias de aquel niño, que apreciaba tanto.

Él nunca se consideró capaz de en serio poder desempeñarse como niñero pero gracias a Cyrus había descubierto que si podía hacerlo y muy bien como para ya llevar dos años.

—Cuando sea mayor me casaré contigo.

No era una idea ni mucho menos una sugerencia, era una afirmación, porque ya nunca dejaría a su juguete, se quedaría con el para siempre y por siempre.

Y cuando TJ le presentó su novia, Cyrus enloqueció, el miedo de perderlo lo afectó tanto que incluso dejó de comer, una semana después de aquel hecho, unas simples palabras salidas de su boca acabaron con su dolor.

“Déjala, por favor”

Y sin más TJ obedeció.

Cyrus era frágil, pensó, no tenía nada de malo darle gusto en aquella ocasión.

Al año siguiente, cuando cumplió sus diez años, Cyrus durmió por primera vez envuelto en los brazos de TJ.

Era su cumpleaños y no era correcto negarle a si sea el más mínimo capricho.

Ese día el de ojos verdes supo que no podía soportar verlo llorar, él haría lo que fuese por no verlo llorar, incluso ceder a todo lo que deseara.

Porque él era alguien sin voluntad, Cyrus le había quitado su libertad.

A los meses de aquel hecho, Cyrus cruzó todo límite y TJ se lo permitió.

—¿Me amas verdad?

Cyrus no era cualquier niño, claro que no, y es que sabía muy bien a su corta edad lo que aquellas palabras significaban.

—Si. Te amo.

Sonrió al oír lo que quería, y es que de seguro sería muy divertido jugar con un juguete que decía tener sentimientos por él.

Ni tan perfecto |Tyrus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora