La casa se sentía sola y en silencio llenándome de una inmensa soledad. Trataba de que las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos no lo hicieran, no era momento de mostrarme débil ante esta situación. Tenía que ser fuerte, no solo por mí, sino por él. Dejo la pañalera del bebé a un lado, al momento de arrullarlo. Esperaba que se quedara dormido, para poder hacer los quehaceres de la casa. O iba a intentarlo, si las fuerzas no me abandonaban.
Recitando mentalmente el precepto suprimir todo tipo de emociones, trataba de hacerlo. Sabía que llorar bajo presión era inaudito. Pero ya esto había pasado el límite, no estaba bajo presión, esto era algo más allá de eso.
A pesar de que quería parecer fuerte, aparentar madurez y no llorar, no derramar lágrima frete a las personas, pero esto era todo lo que podía soportar. Dejo que las lágrimas que tanto trate de reprimir, salieran por mis ojos, recorriendo como una suave caricia por mis mejillas, muriendo en mi barbilla.
Ya no lo soportaba más. Volví a respirar un par de veces al momento de ver al bebé removerse en mis brazos.
—No llores bebé. —Hablo en forma queda, con un tono de voz que denotaba preocupación. No sé qué hacer. Esto es nuevo para mí.
Sin embrago el pequeño comenzaba a gimotear, buscando con desespero mi pecho, tratando de encontrar su fuente de alimento. Lágrimas de dolor seguían cayendo por mis mejillas, me dolía tanto no poder darle lo que tanto pedía.
—No bebé... Yo no tengo lo que pides. —Mi voz comenzaba a quebrarse, amenazando cada vez más con romper aquí mismo, en medio de la sala en llanto. —No tengo lo que me pides... —Vuelvo a repetir.
Dios, no lo podía ver así, él no tenía la culpa de nada.
Lo arrullo, comienzo a mecerlo en mis brazos. Nada resultaba efectivo. Tenía hambre.
—Tranquilo, ya te prepararé algo de comida. —Al parecer el bebé me entendía, porque abrió sus ojitos cristalizados para mirarme. Los ojos de sus padres, negros como la noche, al igual que los míos.
Camino hasta la cocina, recordando donde mamá había dejado la leche del pequeño. Rebusco con mi mano derecha arriba de la alacena. No había nada.
Observo a mi pequeño hermano llevarse las manitas a la boca. Esto lo calma por un momento, en lo cual me pongo a buscar la leche.
—Vamos mamá, ¿Dónde has puesto la comida de Erick? —Digo para mí misma, revisando una vez más la alacena.
Resignada, me dejo caer en una de las sillas del comedor, con el bebé ahora dormido en brazos. Paso mis manos por su mejilla con delicadeza sin lograr despertarlo. No quería que siguiera llorando, no soportaría verlo de ese modo otra vez.
Mamá no estaba para consolarlo, papá tampoco para animarlo. Este pequeño niño solo me tenía a mí, a su hermana mayor, es lo único que le quedaba, y este pequeño era el único recuerdo que me quedaba de mis padres.
Acababa de llegar de su entierro, era la última despedida de ambos. Mis padres habían muerto hace dos días, dejándome sola... No, no estaba sola. Habían dejado a su hija de diecinueve años, a cargo de su hermanito de seis meses. El bebé que ahora cargo en mis brazos.
Su muerte fue tan repentina. Nadie se lo esperaba. ¿Quién iba a pensar que los flamantes y energéticos señores Riberts morirían en un accidente de autos?
Nadie, absolutamente nadie se le pasaba por su mente esa idea.
Esa noche, me había ofrecido voluntaria a cuidar a mi hermanito. Mis padres cumplían 25 años de casados y lo querían celebrar, una cena romántica en su restaurante preferido, una salida a bailar, y de último pasear por la orilla de la playa como si fueran un par de adolescentes. La llama de la juventud aún no se apagaba en ellos, me sentía contenta por mis padres, por esa luz radiante que siempre los invadía a cada momento. Era justo que después de casi un año sin salir a pasear por el embarazo de riesgo de mamá, celebraran su 25 aniversario, quien pensaría que sería el último.
Fragmentos de ese momento llegan a mi mente, la llamada de los policías dándome la fatídica noticia, yo llorando como una niña pequeña en busca de protección, cuando fui a reconocer los cuerpos a la morgue. Dios, fue lo peor que pude haber pasado, estaban irreconocibles. El entierro y la despedida. Momentos dolorosos que no se irán de mi mente tan de prisa.
—Como los extraño... Espero que haya desde el cielo, me den esa fortaleza que necesito ahora más que nunca. La fortaleza para seguir adelante por mí, y por mi hermano. —Susurro al viento, esperando una señal. No teniendo respuesta de nadie.
Ahora me tocaba sacar adelante a mi hermanito, yo sola. Tenía en la cuenta bancaria algo de dinero, me alcanzara por lo menos para tres meses más. En ese tiempo debía buscar un trabajo de medio tiempo, que no interfiriera en mis clases universitarias.
Daría todo por este pequeño ser que, no tiene la culpa de nada. Así implicará esforzarme el doble.
Beso con delicadeza y amor la frente de mi pequeño. Me levanto de mi lugar para suspirar, camino hasta la puerta del fondo, esa era mi habitación. Enciendo la tenue luz de ella acercándome a la cunita de mi hermano, con anterioridad la había trasladado a mi habitación, sabía que de ahora en adelante, iba a ser todo diferente.
Este pequeño, iba a lograr ser. Mi fuerza y mi debilidad.
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Mi Fuerza, Mi Debilidad♥© (#6)
Short StoryCassandra Riberts, una chica alegre y llena de vida, se ve afectada tras la muerte de sus padres. Aquella noticia la destrozó de gran manera, afectándola mental como físicamente. Sus padres ya no estaban, una vida dependía de ella. No podría mostrar...