14.

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—¡Mal! A la izquierda, un poco más. ¡Muy bien! Joder, eres increíble.

Ian solo soltó una risa cuando ganó en el juego mata-zombies y sentí mi corazón nuevamente hincharse.

 Mientras lo veía jugar, pude reflexionar más sobre ese sentimiento enfermizo.

Él me… cuando debería de no gustarme. Y aunque no era completamente su culpa de que tuviera esos ataques de ansiedad, sabía calmarme.

Era molesto, egocéntrico desde la primera vez que lo vi, se creía el ombligo del mundo, te daban ganas de patearle su cara cuando era indiferente.

Y aunque tenía todos esos defectos y más, él…

Esos pequeños momentos con él no hacían más que llenarme de una manera peligrosa, me arrastraba hasta el abismo, pero luego intentaba con todas mis fuerzas apartarme para no caer.

E incluso hacía que ese pequeño pasado se esfumara, cosa que nunca he conseguido hacer.

Pero la pregunta que tenía que responder era: ¿Debería a empezar a sentirme cómoda con esto? ¿Realmente debería confiar en el como para que, yo misma, deje de atormentarme con ese  fragmento que está en mi cabeza incrustada desde que pasó?

—¿Quieres ir a comprar agua?

Puse mi mejor cara de pensar mientras ordenaba mi reflexiones y las metía en un cajón bien escondidas.

—Eh bueno, no me apetece agua, pero si tu quieres entonces compra.

Él asintió y se acercó a un bar del centro comercial para comprar una botella y sin otra opción tuve que seguirle.

Yo me quedé esperando a su lado observando el recinto, hasta que vi una puerta que me llamó la atención.

El cuarto de baño.

No sabía como había podido aguantar todo el día sin ir al lavabo, pero al ver que esa puerta me llamaba con todas sus fuerzas, sentí que iba a explotar en cualquier momento.

Crucé mis piernas haciendo lo posible para aguantar hasta llegar a casa, pero unas imágenes futuras de mi haciendo mis necesidades ahí mismo me advirtieron de que sería imposible aguantar tanto tiempo.

—¿Puede ser que tengas que ir al baño?

Me giré bruscamente, pero el movimiento hizo retorcerme. Él me miro unos instantes, y luego volvió a arrastrarme como una bolsa de basura.

—Vamos al lavabo.

—Esper-

—No tiene sentido que te aguantes.

Siguió caminando hasta llegar a la puerta sin flaquear.

—¡Ni de coña! —grité como último recurso.

No iba a entrar ahí dentro con él. Era demasiado vergonzoso, además de que habría más chicas.

Era demasiado y no podría aguantarlo.

—¡Ian, joder! —sentí mis ojos picar, había llegado a mi límite.

Él tocó la puerta y paró.

Se apoyó en la pared y escuché una carcajada estruendosa. Se giró hacia mí y metió su mano en el bolsillo, para luego sacar una llave.

Mis ojos se abrieron de más de por sí. No quise moverme, no me iba a mover.

Ian metió la llave y quitó las esposas de nuestras manos. Sobé mi muñeca, y sentí que me podía mover libremente, por fin.

Fijé mi mirada en él.

La chica de las Vans verdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora