3.

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Al acabar la misa, estiré mis piernas y me levanté del asiento para irme a un rincón lo más rápido posible. Cogí mi móvil y esperé a que mi madre saludara a los invitados y se sacaran fotos en la iglesia y hablaran de temas aburridos.

─¡Abigail! ¿Dónde estás? ─escuché la dulce y falsa voz de mi madre. Bufé y me levanté de donde estaba, para acercarme con una sonrisa a saludar a los invitados.

─Hola, soy Abigail, pero pueden llamarme Abby. ─dije mientras daba la mano a los invitados e intentaba despegar a mi hermano de mí, quién me había abrazado y estaba arrugando el vestido.

─Bueno, hija este es…─iba a ser un medio día muuuy largo.

….

─Y entonces… ¡me dijo que era de color rojo y no verde! Era como un ciego. ─rió mi madre, a lo que los otros invitados la imitaron. Mi padre la abrazó por el hombro y le dio un beso en la mejilla. Sonreí.

Si no fuera por mi padre, mi madre sería el monstruo de los monstruos.
El móvil de mi padre comenzó a sonar y respondió. El habló y rio, y colgó.

─Los últimos invitados ya están en la entrada, voy a recibirlos. ─dijo mi padre y se retiró de la mesa.

Yo seguí comiendo mi comida; un bistec pequeño con patatas fritas y un puré que creo que lo llamaron hummus. Raro. Dejé el tenedor en el plato y me centré en la servilleta que tenía al lado de mi brazo. Luego miré a mi madre y a los invitados quienes guían hablando de cosas triviales e hipócritas.

Esta era mi oportunidad.

Abrí mi bolso y saqué mis Vans con cuidado y tapándolas para que mi madre no se diera cuenta, las dejé en el suelo y me quité los tacones. Se sentía tan bien. Esos estúpidos tacones me estaban sacando ampollas. Nunca más, mamá.

─Hija, ─oh no por favor. ─ ¿te acuerdas de esa vez que te pusiste los zapatos de tu padre y, al bajar las escaleras como él, te caíste en las últimas escaleras rodando? ¡Eras tan torpe! ─se rio. Asentí mientras la quemaba con la mirada.

Cogí mi vaso de agua y tomé un sorbo. Abrí mi boca y salió un eructo. ─Oops, lo siento, soy tan torpe. ─tapé mi boca con la servilleta como si fuera una inocente adolescente de 17 años y medio y sonreí maléficamente a mi madre.

─¿Se rompió algún hueso en la caída? ─Mi sonrisa se borró automáticamente. ¿Otro adolescente? ¿Enserio? Este era mi territorio. Me giré para ver quien era y casi se me cae la mandíbula. Él se quedó mirándome también y esperando una respuesta. Suspiré y negué con mi cabeza para que supiera que no me hice nada aquella vez.

─Cariño, estos son la familia Owel. ─dijo mi padre mientras presentaba a la familia a los invitados y mi madre se paraba a saludarlos con una sonrisa más falsa que los bolsos de los chinos que te decían que era auténticos.

─Un gusto, señorita Fleshner. ─dijo el señor Owel. Mi padre hablaba siempre de él, era el jefe de la empresa donde trabajaba, bastante conocida en California por haber dirigido algunos proyectos de publicidad de Samsung.

─El gusto es mío. Ella es mi hija, Abigail. ─el señor Owel posó sus ojos en mi. Sonreí y le saludé con la mano mientras me paraba.

─Hola Abigail. Tu padre me ha hablado mucho de ti. ─miré de reojo a mi padre.

Genial. A saber que has dicho de mi, papá.

─Oh, ¿así? ¡vaya! ─exclamé imitando los movimientos falsos que mi madre usualmente hace con la gente importante. Él solo soltó una risa y cogió a su esposa de la mano.

La chica de las Vans verdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora