21.

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—Oh dios mío, ¡Ian!

Caminé rápidamente hasta donde se encontraba, pensándome lo peor. ¿Estará muerto?

Olí un poco la habitación para saber si llevaba tiempo ahí tirado, pero lo único que conseguí fue embriagarme de su olor natural —y, sinceramente, de humedad por desgracia—, todo por un momento me pareció ser igual que antes. Incluso mi cuerpo se auto convenció de ello, relajándose con el ambiente mirando la espalda de Ian, como si fuera mi habitación y él estuviera durmiendo en el suelo.

Cerré los ojos unos largos segundos para parar esos pensamientos, no era el momento. Llegué a la conclusión de que por lo menos no llevaba mucho tiempo muerto.

Me apoyé en mis rodillas y tiré el periódico al suelo. Estuve a punto de tocar su hombro, cuando él de la nada abrió sus ojos, por un momento asustado y luego consciente de su alrededor.

—¡Estás vivo! Parecías muerto, no sabía qué hacer—las palabras salieron disparando, con una voz de alivio—. Mierda, parece que delires—comencé a mover mis manos frenéticamente sin saber qué hacer—,  ahora te ayudo a levantarte.

Él solo murmuró algo que no llegué a escuchar a pesar de que agudicé mi oído, al parecer estaba vivo pero no en un buen estado como para hablar. Decidí ignorarlo de momento y centré mi cuerpo en subir  sus hombros hacia arriba y levantarlo, pero el soltó un gemido, al parecer la estaba cagando más.

—Lo siento, lo siento. Ahora llamo a una ambulancia.

Agarré mi móvil para marcar el número, pero Ian de un manotazo lo tiró a la otra punta de la habitación. Fruncí el ceño. Todo el alivio y preocupación se esfumaron con solo ese acto. Me levanté para ir a mirar si mi bebé tenía la pantalla rota, afortunadamente no había sufrido ningún daño.

—¡¿Qué coño haces?! Y yo que vine aquí para…

—¡Cállate un rato, estoy intentando soportar el calambre que tengo en los abdominales, joder!

Dejé de frotar mi móvil contra mi mejilla para mirarle con los ojos en blanco. Él sólo me evitó y siguió tirado en el suelo unos minutos más mientras intentaba no moverse nada y soltaba respiraciones cortas y rápidas para que no le doliera la parte abdominal. De golpe, se sentó en el suelo y estiró los brazos como si nada hubiera pasado. Me acerqué algo avergonzada y me senté sobre mis rodillas para hablar cara a cara con él. Aposó su cuerpo en sus codos y miró sus pantalones.

—Lo siento, si hubiera sabido que era eso yo…

—No lo sientas, no podías saber si tenía un calambre o no obviamente—no pude clasificar el sonido de su voz y en cómo dijo esas palabras. No parecía enfadado, pero tampoco estaba feliz, ni siquiera normal. Por un momento me desesperé por no saber en qué situación estábamos entre los dos.

—¿Cómo es que tienes calambres ahí? —intenté hacer la conversación lo más amistosa y normal que pudiera.

—No lo sé—su corta y distante respuesta me sorprendió.

—Oh—Froté mis manos contra mis rodillas sin querer, nerviosa—. Me han dicho que has estado faltando a clases toda la semana…

—Sí, lo he hecho—Soltó aire de golpe y comenzó a jugar con sus pulgares sin mirarme.

Quise levantarme de dónde estaba y cogerle de los hombros y sacudirlo para que reaccionara de ese trance que no entendía en el que estaba, la desesperación me consumía con cada una de sus respuestas cortantes. Lo miré para que hiciera contacto conmigo, pero sus ojos no se movieron de sus manos.

El silencio nos estaba absorbiendo y yo seguía sin poder soltar una disculpa, ni siquiera podía decirle lo del periódico, tenía miedo de su reacción sobre todo lo que tenía que decirle. Me mordí la lengua para ver si mi cerebro reaccionaba de una puta vez.

La chica de las Vans verdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora