19.

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El invierno siempre fue una de esas contradictorias estaciones, en que se mezcla el calor y el frío, lo dulce con lo salado, la tristeza con el amor. Siempre tuve ese punto de vista, y realmente no me traía buenos recuerdos, ya que fue en esta época cuando todo sucedió; ese miedo apareció de todo y de nada, arrastrándome con el hasta no saber por dónde volver al inicio y así poder comenzar de nuevo, me perdí en medio del camino atascada en arenas movedizas, gritando, llorando, sin nadie quien pudiera salvarme.

Cerré los ojos y dejé que el viento helado resecara mis labios. Ya no sentía la mayor parte de mi cuerpo, y seguramente la gente que miraba hacia mi balcón pensaba que estaba loca, pero no me importaba.

En este mes y medio que pasó, Ian no había sacado el tema de lo que explicó su hermana, ni lo iba hacer. Ahora mismo todo era “normal” de alguna forma, pero realmente, ¿yo estaba igual que siempre?

No.

Estaba asustada, esto era demasiado peligroso, había huido durante 3 años de este tipo de cosas, pero al parecer soy un imán para lo que menos quiero. ¿Tal vez solo me había auto convencido de que estaba bien esos días? Era lo más probable, lo más evidente.

Abracé mis piernas cuando las sentí temblar por el frío. Abrí los ojos para mirar por la puerta de cristal, Ian estaba durmiendo en el suelo con una manta. La aparté de inmediato cuando recordé como su mano se movió por mi piel. Su tacto seguía marcado, todavía sentía su aliento caliente rozar mi oreja. Nunca había estado tan entregada a alguien antes, no sé si fue el morbo, la situación o simplemente fui muy confiada con el  “he olvidado todo del pasado, vivo el presente”. Me agarré del pelo y lo tiré hacia atrás, una nueva costumbre que sin querer copié de Ian, rayos.

Me levanté del suelo y palmee varias veces las pantorrillas, para luego entrar dentro. En ese instante, el timbre sonó. Comencé a caminar hasta la entrada y abrí la puerta, para encontrarme con una Mariane ya asomándose por ella. Intenté sonreír, pero seguía congelada de frio y con ello mi cerebro.

—¡Chicos, traigo novedades! ¿Por qué no salís por ahí? —Y sin ser más que directa, puso delante de mis narices dos boletos de algo—. Son mis disculpas por el incidente de las esposas.

Recordé ese día como un flash y negué con la cabeza mientras una media sonrisa se asomaba por mi cara. De algún modo quise gritar sin saber porque.

—¿Parque canino? Quiero ir—una voz ronca sonó cerca de mi oreja.

No me molesté en girar mi cabeza para saber que Ian estaba detrás de mí asomando su cabeza por mi hombro, como siempre. Intenté pensar alguna excusa para no ir, quería mantenerme un poco alejada de él, alejarme para no ahogarme otra vez. Ian me agarró de la muñeca como si supiera que iba a rechazar la oferta. Estuve a punto de zafarme de su agarre cuando Mariane habló:

—¡Genial! Por cierto Ian, tu departamento ya está arreglado. Siento haberte hecho esperar tanto, pero ha podido ser arreglado en menos tiempo.

Paré de moverme y solo miré el suelo del pasillo. ¿Ya, tan pronto? Mordí mi labio hasta que sentí un pequeño dolor,  sin darme cuenta ya estaba luchando otra vez conmigo misma para no sobreactuar.

—No pasa nada, tranquila—escuché de fondo hablar a Ian, segundos más tarde, la puerta cerrándose hizo eco por el departamento.

Pestañee varias veces y me recompuse. Subí mi mirada para ver que Ian me observaba sin decir ni una palabra, como si esperara una reacción notoria mía sobre lo que dijo Mariane. Al parecer no había visto mi estado de shock. Ignoré su mirada, mis pies se comenzaron a mover hasta mi armario para agarrar un abrigo largo ya que llevaba shorts con medias negras transparentes y unas botas marrones viejas.

La chica de las Vans verdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora