Hange nunca se hubiera imaginado a sí misma siguiendo, por Tokio y en compañía de Sam, a una osa panda que no levantaba metro y medio del suelo.La niña andaba unos pasos por delante de ellos y se iba dando la vuelta para comprobar que no la perdían de vista. Los miraba con expresión risueña y levantaba el pulgar para animarlos a no bajar el ritmo y confirmarles que estaban en buenas manos.
Todavía no había pronunciado una sola palabra, limitándose a mostrar esa carita de alegría desbordante similar a la de un chiquillo a punto de soplar las velas de su pastel de cumpleaños, y en ocasiones se rascaba esa especie de pompón de felpa que su disfraz tenía por cola.
Aunque los recién aterrizados se sentían ridículos siguiendo las indicaciones de un renacuajo que parecía haberse escapado de una fiesta de carnaval, sabían que en el fondo no eran un elemento discordante en aquel ambiente, sino una nota más dentro de la ciudad más estrafalaria de cuantas pueda haber sobre la faz del planeta.
Para empezar, no lograban descifrar la ingente cantidad de mensajes que los asaltaban. Algunos estaban escritos en carteles informativos, pero otros llegaban a través de la megafonía o de las múltiples pantallas desplegadas en la terminal.
Hange siempre había pensado que se podría abrir camino en cualquier lugar del mundo con el inglés, pero comenzaba a sospechar que los japoneses no eran demasiado aficionados a la lengua de Shakespeare. Encima estaban los códigos de conducta tan peculiares que detectaba a su alrededor.
Centenares de nativos atravesaban las mastodónticas instalaciones del aeropuerto de Narita como hormiguitas disciplinadas y afanosas que estuvieran construyendo un refugio para el invierno. Andaban a pasitos cortos, decididos pero sin prisas, concentrados en la tarea de llegar a su destino lo antes posible, una misión que les impedía interactuar entre ellos o distraerse con los estímulos que los bombardeaban. Nadie parecía despistado o confuso, ni fatigado o relajado. Tampoco se oía ningún grito, ni se observaba la menor muestra de nerviosismo. Simplemente caminaban con la mente puesta en un objetivo del que nada podía apartarlos.
Si la vida humana había abrazado cualidades robóticas, el escenario que la acogía también tenía un marcado aire artificial. El suelo del aeropuerto relucía tanto que se diría una capa de hielo, y las cristaleras, a través de las cuales se podían ver los aviones despegando y aterrizando, eran tan nítidas que, si no fuera por la temperatura ambiente y el aislamiento sonoro, uno dudaría de su misma existencia.
Un ejército de operarios recorría los pasillos armado con utensilios de limpieza y a fe que cumplían con su labor, pues no había un solo papelito tirado en el suelo ni una mota de polvo en las esquinas.
En cierto momento, Sam incluso pensó en dejar caer el chicle que mascaba para comprobar si los empleados disponían de sensores que los avisaran de la aparición de un elemento contaminante.
Hange, por su parte, no dejaba de mirar a la niña-panda que se volvía a intervalos regulares para asegurarse de que seguían ahí. Empezó a cronometrar los lapsos de tiempo transcurridos entre cada uno de los giros y descubrió que éstos siempre constaban de cuarenta y ocho segundos exactos.
Temiendo perder la cabeza ante ese prodigio inexplicable, Hange recordó al personaje del Sombrerero Loco y, de golpe, se sintió como la protagonista de Alicia en el País de las Maravillas. La niña-panda era como el conejo que guiaba a Alicia hacia aquella madriguera en cuyo interior vibraba un mundo tan ilógico como absurdo.
Tras serpentear por el laberinto de Narita, descendieron por una escalera mecánica que los condujo hasta la entrada de la estación donde debían tomar el tren que los llevaría a la ciudad.La niña-panda les hizo un gesto para que se detuvieran y se dirigió a una máquina expendedora. Seguía tan contenta que se diría que esperaba que le cayeran chocolatinas en vez de billetes.
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-Levihan- Los hombres que querían apagar la luz del mundo
Random[TERMINADO] [Continuación de el libro: La mujer con el corazón lleno de tormentas] Último mensaje. El chico de la habitación está en peligro. Ayudenme a liberarlo de la secta Koruki-ya. Aunque Ojo de Tiburón ha muerto, la secta ha secuestrado a L...