http://19_EL ÚLTIMO VIAJE

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La Gran Dama observaba el paisaje desde la ventanilla de su jet privado.

En cualquier instante iban a sobrevolar la ciudad donde vivían aquellos chicos a quienes deseaba ver muertos. Habían transcurrido tres meses desde que Levi y los hackers de la fky7 frustraran la Tercera Fase de la Estrategia Global y la humillaran en su propia casa. Pero aquella guerra no había acabado, ni mucho menos.

Muy pronto se tomaría su revancha. Años de arduo trabajo, privaciones y desvelos tirados por la borda por un puñado de niños que ni siquiera habían alcanzado los veinte años.

Estaba furiosa.

Cada vez que recordaba el modo en que aquellos mocosos habían irrumpido en su base de operaciones y se habían enfrentado a sus secuaces, le hervía la sangre. Ella, que siempre había controlado sus nervios, había tenido que hacer un esfuerzo mayúsculo para no atacarlos en aquel mismo momento.

En vez de eso, consiguió reaccionar con inteligencia y huir de la base de operaciones, consciente de que la superaban en número y de que podían llegarles refuerzos. Si hubiera caído presa, sí que habría supuesto el fin.

Durante los siguientes tres meses, se escondió en un departamento en Pekín para elaborar un plan con el que fraguar su venganza. Había planeado con precisión el secuestro de aquellos chicos y había invertido hasta el último yen de la secta para reunir a un nuevo ejército con el que actuar.

Había contratado a una veintena de mercenarios para que la ayudaran y había habilitado una nave industrial en Ciudad Juárez, México, para torturar durante meses a sus enemigos. Causarles el máximo sufrimiento posible se le antojaba el único modo de compensar la frustración que la dominaba.

El vuelo discurría con normalidad. En el avión sólo viajaban los dos pilotos, una azafata y la Gran Dama. El equipo de mercenarios contratados ya había llegado a la ciudad y permanecía escondido. La líder de la secta Koruki-ya tenía delante unos papeles donde se detallaba el plan y ahora, cuando quedaban pocos minutos para aterrizar, los depositó sobre un plato, encendió un encendedor y los quemó.

Durante unos segundos el humo ascendió y se expandió por el techo de la cabina, momento en el que las luces del avión se apagaron bruscamente y el sonido de una alarma retumbó por todo el receptáculo.

La Gran Dama pensó que el humo había activado los sensores de emergencia y torció el labio resignada. Pero de pronto se abrió la puerta de la cabina y uno de los pilotos asomó la cabeza vociferando:

—¡Abróchese el cinturón!
—¿Qué ocurre? —preguntó la Gran Dama.
—Hemos perdido el control del avión.

El piloto volvió a su puesto rápidamente y se aferró a los mandos del avión tratando de dominarlo. El aparato caía en picada y la computadora abordo no respondía a las órdenes del comandante.

La Gran Dama se agarraba angustiada a los brazos del asiento y tenía la mirada perdida en el vacío.

Todo a su alrededor comenzó a vibrar. Las mascarillas de oxígeno descendieron. Los motores, cada vez más acelerados, convirtieron la cabina en una ensordecedora caja de resonancia.

La Gran Dama consiguió mirar a través de la ventanilla y, cuando vio la furia con la que se acercaba el suelo, sintió, acaso por primera vez en su vida, una auténtica oleada de pánico que le emborronó la visión, le hizo palidecer y le propulsó el corazón a una velocidad asombrosa.

Consciente de que había llegado la hora de morir, la Gran Dama cerró los ojos y pensó en su padre, el Líder Supremo de la secta, aquel que le había enseñado a abominar de la tecnología, el hombre que había depositado todas las esperanzas en ella. Su padre, todavía cautivo en una cárcel de alta seguridad, se sentiría decepcionado con ella cuando se enterara de que había muerto en un vulgar accidente.

-Levihan- Los hombres que querían apagar la luz del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora