http://15_EL CEMENTERIO DE LOS PIRATAS

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Levi se enfrentaba a una misión imposible. Los contactos de Hange en el exterior, aquellos que habían colocado un archivo espía en su disco duro, le habían pedido que entrara en las computadoras de los otros hackers.

Una vez que se hubiera infiltrado en ellos, debía clicar en el ejecutable con forma de pañuelo que habían camuflado en las páginas web de las doscientas centrales nucleares cuyos servidores estaban siendo asaltados por los hackers de la secta. Si pensaban que había alguien capaz de salir airoso de ese desafío, es que debían de haber perdido la razón.

Levi no veía la forma de quedarse a solas en la sala de operaciones y mucho menos de acercarse a las demás computadoras , navegar por las webs de las centrales e ir descargando los programas que permitirían que la fky7 desmantelara la operación iniciada por la Gran Dama.

Además, de los doscientos hackers sometidos por la organización, una docena ya había terminado su labor. Esto significaba que habían infectado los servidores de otras tantas centrales nucleares, los cuales provocarían, por el momento, doce hecatombes de consecuencias funestas no sólo para las ciudades donde se encontraban ubicadas, sino para todo el planeta.

Las nubes radioactivas provocadas por la explosión de sus núcleos atómicos surcarían los cielos del globo terráqueo, contaminando con elementos radioactivos los campos, ríos y ciudades. Aun cuando Levi consiguiera descargar el archivo espía en las páginas ya hackeadas, nadie le aseguraba que se pudiera hacer algo por detener la catástrofe desencadenada por aquel puñado de centrales.

Aquella noche estuvo dando vueltas por su celda, tratando de idear un plan para quedarse a solas en la sala de operaciones y cumplir con la proeza encomendada.

A pesar de ello, analizada desde todos los ángulos, la operación se presentaba siempre como una quimera y un riesgo tremendo para su vida. Se pasó las horas yendo de arriba abajo por su cubículo, rascándose la cabeza y agarrándose a los barrotes.

Sus movimientos levantaron sospechas entre los vigilantes: uno de ellos, un japonés de pequeña estatura pero muy corpulento, abandonó su garita en varias ocasiones para ordenarle que se estuviera quieto.

Levi volvía entonces a la cama, peleaba con la almohada y, viendo que no lograba dormir, repetía la serie: levantarse, caminar, rascarse.

Y, cuando aquel soldado fue a darle el ultimátum, amenazándolo con meterle en la celda de aislamiento, Levi hizo algo que le sorprendió a sí mismo.

El vigilante se acercó a la puerta, golpeó los barrotes con la porra en actitud amenazante, y Levi, en vez de amilanarse, lo miró con expresión de desafío y dijo:
—Quiero ver a la Gran Dama.

El soldado se cruzó de brazos y le dedicó una mirada de desprecio:
—¿A las cuatro de la mañana?
—Quiero ver a la Gran Dama ¡ahora! —exigió Levi.
—No estás bien de la cabeza.

«El chico de la habitación» se lo jugó todo a una carta: repentinamente sacó un brazo a través de los barrotes, agarró al soldado por la solapa y, empotrándolo contra las rejas, se dirigió a él con una cadena de preguntas cargadas de sarcasmo:

—¿Realmente crees que dispones de autoridad suficiente para asegurar que la Gran Dama no está disponible para hablar con uno de los hackers que está participando en la misión más decisiva de la Estrategia Global? ¿Estás convencido de que a ella no le importará que hayas tomado una decisión que puede afectar a la operación por la que ha estado luchando durante tanto tiempo? ¿Estás seguro de que estás facultado para decidir cuáles son los intereses de la Gran Dama llegado a este punto tan crucial de un plan que se presume histórico?

El soldado escrutó con intensidad el rostro de Levi para tratar de leer sus verdaderas intenciones, pero, temiendo enfurecer a su superiora, acabó decidiendo que era mejor no jugársela.

-Levihan- Los hombres que querían apagar la luz del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora