Capítulo 3

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Esta historia también me vino en un sueño, o mejor dicho pesadilla, la cual no quiero repetir ni de chiste.

Las Tortugas Ninja no son mías, ahora pertenecen a Nickelodeon.

Adoro a Leonardo.

Espero que les guste este entremés que publicaré antes de la próxima historia :)

-Recuerde su papel, señora –el dragón se dio media vuelta

-¿Te irás, Zen?

-Lo mantendré vigilado mientras usted esté aquí. El tiempo seguirá transcurriendo y no sé hasta qué punto

-Gracias, amigo mío

-De nada, pero espero que después de esto me explique mejor el por qué precisamente fue él

-Lo haré, te lo prometo –miró nuevamente hacia el espejo- Ya es hora

-Entonces, me marcho –dicho eso se retiró justo antes de que se oyera cuatro pesos chocar contra el piso

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-¡Auch! ¡Mi cabeza!

-No es como si hubiera gran cosa en ella, Mikey –murmuró molesto Raphael quitándoselo de encima

-¿En dónde estamos? –el cielo estaba completamente nublado, el suelo árido y cualquier tipo de vegetación seca y muerta

-Creo que ya he estado aquí antes –murmuró Splinter con los pelos algo erizados

-Qué buena memoria tiene, Hamato Yoshi

Splinter reconoció esa fría y neutral voz al instante, sus hijos se pusieron en guardia después de ver, por primera vez en sus vidas, el miedo en los ojos de la rata. Quien sea que les hubiera hablado, no era precisamente un amigo.

-Bajen sus armas –alcanzó a decir recuperándose del susto- Hijos míos, no es prudente provocarla

-Pero Sensei... -Raphael le indico a su hermano inmediato que callara, alguien se estaba acercando a ellos

El sonido de algo metálico junto a unos pasos, desesperantemente tranquilos, retumbaban en el lugar. Siendo el más sensitivo de los cuatro, Miguel Ángel comenzó a sudar debido a los repentinos nervios provocados por el aura que cargaba el ser que se dirigía a ellos, era imponente, fría, cruel, y algo más que no supo definir.

-Es mujer –alertó Donatello observando bien la silueta entre la bruma

Raphael estaba con los cinco sentidos a flor de piel, esa cosa no era segura. Sus instintos le gritaban atacar de una buena vez, sin embargo, debía mantener la cabeza fría como solía decir su molesto hermano mayor.

Yoshi, al igual que sus hijos, no ocultó su expresión de estupefacción al verla, hace muchos años que la había conocido y no la recordaba del todo.

Frente a ellos estaba una mujer cuya apariencia rozaba los treinta años, piel blanca cual porcelana, cabello negro largo hasta la cadera, llevaba un vestido tan rojo como la sangre ceñido en el torso y suelto de cintura para abajo. Detrás de ella, una larga capa negra con capucha, y fuertemente agarrada en su mano derecha, una guadaña que le llegaba por encima de la cabeza.

Mas nada de eso se comparaba con esos ojos dorados llenos de infinita sabiduría pero, a la vez, tan fríos y despiadados que le desgarrarían el alma a cualquiera.

-Eiko-sama... –susurró Splinter tragando grueso

-Un placer verte, Hamato-san –su saludo era seguro y sin emoción- A ustedes también, jóvenes guerreros –inconscientemente, las tortugas hicieron una leve reverencia- Ahora, síganme por favor, no disponemos de mucho tiempo –les dio la espalda y comenzó a caminar sintiendo los pasos detrás de ella

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