Capítulo 3: Flowers on the grave

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"Cause you don't plan life, you live. You don't take love, you give it. You can't change what is written, so when fate cries you listen" (Porque la vida no se planea, se vive. El amor no se toma, se da. No puedes cambiar lo que está escrito, así que cuando el destino llora tú escuchas).

Juliana sólo había ido al cementerio una vez desde la muerte de Valentina y había sido una experiencia realmente devastadora. No había forma de que ella pudiera comprender que allí, debajo de esa lúgubre y apagada lápida de piedra gris estuviera la mujer que había llenado de vida sus días. Porque su desgraciada mente pragmática y racionalista no le permitía ver las cosas de otra manera. Tanto su familia como la de Valentina y gran parte de los psicólogos que había visitado durante ese tiempo habían intentado convencerla de que el alma de su amada no era perecedera como su cuerpo y debía estar rondando en algún lugar lleno de paz. Juliana no creía en esas cosas, simplemente no podía comprender esos conceptos espirituales. Entonces, haberse parado allí, frente a la tumba la había perturbado demasiado como para volver. Pero luego de lo que había sucedido al noche anterior, después de descargar por completo su dolor y entregarse a los recuerdos y las lágrimas, algo en su interior le dijo que era un buen momento para regresar.

Condujo escuchando música, una lista que habían armado juntas hacía muchos años y era su favorita para viajar. Tenía sus canciones preferidas y las de Valentina, una mezcla muy interesante que dejaba a la vista cuán diferentes eran pero lo bien que se complementaban. Siempre había sido así. Juliana era callada, reservada y bastante fría, le costaba mucho trabajo hablar de sus sentimientos o de cualquier cosa en realidad. En cambio Valentina hablaba por las dos, parecía que no podía callarse ni por un segundo. Era extremadamente desenvuelta y podía hablar de lo que fuera con quien sea. Eso había sido lo primero que le había llamado la atención de ella, su manera de atrapar en una conversación a cualquiera, lo había conseguido con Juliana y eso era algo verdaderamente único. Se habían conocido en una fiesta a la que su mejor amiga la había llevado prácticamente obligada, en la universidad. Juliana la había visto a penas entraron, porque realmente no había forma de ignorar esos ojos tan intensos. Pero no fue esa mirada profunda la que hizo que se diera cuenta esa misma noche que no iba a poder olvidarse jamás de Valentina. Para nada. Obviamente todos la encontraban realmente hermosa, por su tez blanca tersa y delicada, sus labios rosados y carnosos perfectamente delineados, sus largas y refinadas piernas y una sonrisa por la que cualquiera mataría. Si, Juliana había visto todo eso ni bien cruzó la puerta de la casa de quien fuera que estaba celebrando la fiesta, tal y como seguramente le había sucedido a todos los asistentes. Pero fue su cálida manera de hablar, sus actitud llena de vida y sus ganas de siempre saber más sobre el mundo que la rodeaba lo que verdaderamente hizo que Juliana perdiera la cabeza por ella.

Ni siquiera recordaba cómo había terminado envuelta en una conversación con Valentina, simplemente en algún momento de la noche se encontraron frente a frente, hablando como si se conocieran de toda la vida. En tan sólo unos minutos, Juliana supo que Val estudiaba historia, aunque lo que realmente le interesaba era la fotografía, pero era tan curiosa por todo que le daba igual que título obtuviera mientras pudiera aprender algo en el camino. También se enteró de que, al igual que ella, era hija única y siempre había deseado tener hermanos, pero sus padres se divorciaron cuando era pequeña y no se había presentado la oportunidad. Su madre se había mudado a Canadá con su nuevo marido, por lo que ella se quedó viviendo con su padre hasta que cumplió los 18 y decidió mudarse sola mientras estudiaba en la universidad. Juliana le contó que estudiaba publicidad, algo que por algún motivo siempre le había fascinado. Ambas se lamentaron de no haberse cruzado antes o no haber compartido al menos una clase, porque la química entre ellas saltaba a la vista. Las horas pasaron y, de a poco, la casa se fue vaciando, pero era como si todo alrededor de ellas dos se hubiera desvanecido. El sol comenzó a colarse entre las ventanas y fue la señal de que debían despedirse. Intercambiaron sus números telefónicos sin imaginar, en ese momento, que no iban a poder despegarse por muchos, muchos años.

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