Spartan ||Chris Evans||

II.

—Bañenlo, alimentenlo y lo llevan a mi recámara—pidió Amanda mientras sus guardias tomanda a su nueva adquisición y asentían a sus ordenes.

El bello hombre la miró con frialdad en sus ojos azules, en el camino no había dicho ni una palabra en el trayecto y eso en cierto modo desesperaba a la joven. Fue llevado por los guardias y unas doncellas se encargaron de limpiarlo, rasurarlo, sanar sus heridas y vestirlo para ser llevado ante Amanda.

Una vez en la gran recámara con vista a la ciudad de Nimes, la joven esperaba recostada sobre un fino mueble la llegada de su próximo soldado cuando este fue traído por sus guardias y gladiadores más fieles, Apolo y Aquiles dejaron al hombre solo con Amanda pero asegurandose de cuidar desde fuera cualquier cosa que pueda pasar.

—Puedes hablar, no muerdo—dijo la bella joven de cabello corto.

—No sé qué quiere que diga mi señora—escuchar esas palabras salir de la boca del soldado le gustó y excitó más de lo que quería admitir.

Parecía completamente otra persona sin toda esa suciedad ni esa larga barba que cubría casi todas sus facciones, sus ojos parecían brillar más que antes en un sentimiento que pocas veces he visto antes, ambición.
Era realmente fascinante la forma en la que los músculos de sus piernas y pantorrillas se amoldaban de forma perfecta a las altas sandalias que le pusieron, no llevaba la típica túnica romana sino que le pusieron un uniforme de mis guardias que dejaba gran parte de su abdomen al descubierto.

—Puedo decir que no eres de por aquí Chris, lo noto en tu forma de posar, caminar y mirar—dijo Amanda mientras se acercaba al hombre de cabellos castaños.—He visto pocos cuerpos y mirares como los tuyos.

—No creo que esos dos atributos míos la ayuden a descifrar mi pasado.

—Pues no debías apostar a tu favor.—lentamente la mujer sirvió vino en dos copas entregándole una a Chris quien bebió el licor de forma rápida, casi sin saborearlo.

—¿Por qué? Si puedo saber claro.

—Porque si hay algo que tienen los espartanos es que no saben admitir cuando están equivocados.

Y así el hombre me miró sorprendido al enterarse que sabía de su antiguo paradero.