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—¿Hacia dónde?

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—¿Hacia dónde?

La pregunta de Hermione es clara, concisa; a él le habría gustado sentir tanta certeza, mantenerse tan firme, en esa situación. Ellos contaban con él, con su guía, su orientación. A veces, el por qué lo creían el líder era un completo misterio incluso para el propio Harry.

Recorrió a cada uno con la mirada. Eran un grupo pequeño. Ron, Hermione, Luna, Ginny, Neville, él; no contaban con más apoyo.

Se acababan de detener en el noveno piso del Ministerio, el Departamento de Misterios, y una secuencia de puertas móviles, que se intercambiaban en cuanto estaban por elegir una, los esperaba por delante. ¿Y cómo iba a saber por dónde ir?

Quería decirle a Hermione que no era un Vidente. Quería gritar, quería llorar, quería golpear algo. Voldemort podría estar ahí, en alguna parte, o Sirius, o los Mortífagos, ¿cómo sabría que no los estaba llevando hacia una trampa? ¿Cómo sabría que no era él la razón de que algo pudiese ocurrirle a sus amigos?

Debió ir solo. Sabía que tendría que haberlo hecho, pero mientras los chicos esperaban una respuesta, se obligó a asentir y pensar.

Rapidez. Necesitaban moverse.

Era seis, por Merlín, no irían a entrar todos en una, ¿cierto?

No, no lo harían. Estaba decidido.

—Todos elijan una puerta.

—Harry- —Hermione hizo ademán de detenerlo, los demás ya estaban en movimiento cuando ella dio un paso adelante. Él la observó, retándola, invitándola, tal vez hasta suplicando que dijese algo, lo que fuese, desde un "no es por ahí, vamos por aquí" que bastase para llevarlos en la dirección correcta, como un "sí, tienes razón, es una gran idea", que le quitase ese peso helado que tenía instalado en el estómago desde que fueron las pesadillas lo que comenzó a despertarlo, días, semanas, meses atrás.

Cualquier cosa estaba bien.

Pero Hermione asintió y no dijo nada, e hizo lo que le había pedido. Y Harry nunca deseó tanto que no lo hiciese, como en el instante en que vio a sus amigos posicionarse frente a una puerta, sujetar el pomo e intercambiar miradas.

Estaba mal.

Algo andaba malditamente mal.

Él asintió, de nuevo, a la pregunta silenciosa que todos hacían, a sus propias dudas, sus temores. A lo que hubiese detrás de esa puerta.

Uno a uno, se perdieron dentro. Harry terminó frente a la que estaba al fondo, la más alejada de donde se detuvo el grupo cuando se percataron de que las puertas se movían.

Se aferró al pomo como si le fuese la vida en ello, rogó porque fuese la correcta, la buena, la que los llevaría a una salida, a salvo, a una victoria. De nuevo, casi cualquier cosa era mejor que eso.

Las puertas que no deben abrirseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora