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"Para que lo sepas, hay dos Malfoy en casa…"

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"Para que lo sepas, hay dos Malfoy en casa…"

Así que fue alrededor de las ocho de la mañana, que Harry descubrió que su casa estaba en una extensión de césped, similar a una pendiente apenas inclinada, y el Fidelius llegaba hasta las rejas a varios metros, a pesar de que se encontraban en medio de la nada. Literalmente. Estaban a las afueras de un sitio que no había visto nunca, y cuando comenzaba a preguntarse si tenía que pensar en cómo llevar a los niños por Aparición a algún lugar que desconocía (y se negaba, porque era mucho riesgo y ni siquiera sabía Aparecerse todavía), la solución llegó en forma de chimenea, un saco de polvos flú y Cissy tirando de la mano de su hermana, para que se adelantasen a casa de "la abuela Cisa". Sólo tenía que gritar "¡Mansión Malfoy!", las niñas parecían saber bien a dónde se dirigían, James no se mostraba intimidado por irse vía chimenea, y en cuanto sus hijos se despidieron con abrazos de Malfoy, se fueron hacia lugares diferentes.

Él no estaba seguro de si debía sentirse aliviado, por apartarse de Malfoy al fin, o preocupado, porque en cuanto puso un pie fuera de la chimenea y vio a las niñas correr lejos, tomadas de la mano, se le ocurrió que nunca cuidó niños hasta ese día. James, en cambio, permaneció a su lado, dedicándole miradas de reojo que le dieron un mal presentimiento, hasta que una mujer se abrió paso hacia el recibidor en que estaban.

La única imagen que Harry tenía, entonces, de Narcissa Malfoy, era la mujer de cara de asco en el mundial de Quidditch, que lucía como si no creyese que su único hijo disfrutaba de eventos como aquel. Aquella, si bien no parecía haber cambiado en lo absoluto, tenía una sonrisa suave, y le sujetó ambas manos entre las suyas, al darle un beso delicado en la mejilla, apenas un roce. Harry parpadeó; como su cuerpo no se tensó, supuso que era algo normal, y tuvo que recurrir a su autocontrol para mantener la calma y no verse tan desorientado.

La mujer procedió a abrazar a James y besarle la cabeza un par de veces, arrancándole risitas. Ella, con su cabellera rubia y su ropa pulcra, y el niño entre sus brazos, de desordenado cabello negro, formaban una escena tan extraña, que le tomó un momento caer en cuenta de que Narcissa era así simplemente porque se trataba de su nieto. Fue como si alguien acabase de romper el cristal con que miraba a ella, a Malfoy, a los sangrepura (que no fueran los Weasley o sus otros amigos de Gryffindor), en general.

Narcissa deslizó un brazo bajo el suyo al terminar de consentir a su nieto, le indicó el salón donde tendría su clase, y arrastró a Harry con ella cuando empezó a caminar. Vio al niño asentir y marcharse hacia donde debía por su cuenta, y tras unos segundos de búsqueda en el pasillo por el que salieron, empezó a preocuparse por el paradero de las niñas, de las que no oía ni un débil murmullo lejano.

—¿Te vas a quedar, Harry, querido? —Preguntaba ella, en tono dulce, por lo que tuvo que volver a parpadear. No quiso imaginarse el espectáculo de ridiculez que daba ahí, dudando de algo tan sencillo, ¿qué más haría, si no quedarse?

Las puertas que no deben abrirseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora