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"El Concejo Supremo y la profecía olvidada"

Los acuerdos a punto de ser firmados no podían demorarse en tiempos de guerra.

La falsa paz que habrían de simular los humanos era muy frágil, nunca se debía confiar en ellos. Por supuesto que no.

El Concejo Supremo comenzó la sesión en la que se decidiría qué harían con el amnésico rey mientras continuaban las investigaciones sobre el paradero del resto de la tripulación que lo acompañaba. Además también tenían que medir la capacidad del joven príncipe alfa para suplantar a su padre temporalmente, hasta que el reciente caos se resolviera.

—Sus Majestades —saluda el Consejero Galván.

Louis y Anne hicieron un gesto de saludo mientras el resto de presentes se levantaron de las butacas del Gran Salón decorado de azul y dorado por tradición. Avanzaron hasta sus asientos frente a los Consejeros.

—Prosiga, Consejero —dijo Anne.

—Su Majestad —le tomó la palabra—. Le mencionaba al Concejo, que no me parece prudente que nuestro rey se encuentre justo ahora en el Norte, cuando sus ocupaciones están aquí en la capital y la fecha de la firma de los Acuerdos se acerca a paso veloz, no creo que sea una buena idea que el joven príncipe Aimar tome su lugar, yo...

—Con todo respeto, Sir Galván —lo interrumpió Anne—. El Rey se encuentra incapacitado para tomar decisiones ahora, y no me parece que haya alguien más apto para el trono que el mismo heredero, mi nieto.

—No es que diga lo contrario, su Majestad, es sólo que me parece que tan sólo con quince años no tiene la experiencia suficiente para lidiar con la situación de los humanos.

—Estamos conscientes que los humanos exigen que quien firme los acuerdos sea un hombre, pero el príncipe Aimar es tan sólo un niño —continuó el Consejero Darío—, estamos ignorando a su Majestad Louis. Ellos no tienen ni idea de nuestras jerarquías de razas y considerando la experiencia en combate de su majestad, me parece que es el más idóneo para firmar.

Louis miró de soslayo a Anne, analizando su reacción ante las palabras del viejo consejero.

—Por supuesto que hemos considerado aquella posibilidad, Sir Darío —habló Anne finalmente, sin un ápice de emoción en sus palabras o en su rostro—. Pero le recuerdo que Louis es omega, no puede ser sometido a una situación de estrés semejante y más aún si está alejado de su alfa.

El omega pestañeó al escuchar a su suegra y no supo cómo sentirse al respecto.

—¿Qué es lo que usted opina, su Majestad? —La voz de Lady Aria se elevó y Louis dio un respingo al ser consultado. Las miradas se dirigieron a él, atentas.

Suspiró. Tarde o temprano esta situación se iba a dar, se dijo.

—Su Majestad, Anne, tiene razón al decir que sería una situación estresante. Admito que ya de por sí, el tener que preparar a mi hijo sin mi alfa ha sido estresante —dijo Louis con voz serena—. No sería una buena idea poner en peligro lo que con años nos ha costado conseguir por un ataque de pánico de un omega, ¿no lo creen?

El rey vio a varios asentir, sin embargo, Anne y él sabían perfectamente que lo último que podría tener Louis en esa reunión sería un ataque de pánico. Un ataque de ira, rabia, quizá un desafío, sí era probable. Pero pánico, nunca.

Claro está, que ese tipo de cosas no lo iban a decir en voz alta. Nunca era bien visto un omega colérico.

—Bien, pero creo que está más que claro que si el Príncipe no supera la Prueba, su Majestad debe acudir en representación del Reino Libre de Kareth —sentenció Sir Darío.

Louis se contuvo de responder y asintió.

—Bien, ¿dónde está el futuro Rey? —preguntó Lady Aria sin despegar su cansada mirada marrón de Louis.

Louis hizo una seña y las puertas del Salón se abrieron, revelando a un sereno Aimar en su umbral. El pecho de Louis se hinchaba de emoción con tan sólo verlo. Su pequeño, con el traje azul y detalles dorados, ya no lucía como aquel travieso alfa que se escabullía por los jardines huyendo de las niñeras.

—Príncipe Aimar —saludaron los Consejeros.

Aimar realizó una venia y continuó hasta el podio, frente al Consejero Galván.

—Entonces, su Alteza, ¿está listo para la Prueba?

—Sí, Señor —afirmó seguro Aimar.

—Puede retractarse ahora, su Alteza.

—Estoy listo —afirmó nuevamente Aimar.

— ¡Dará inicio cuando la Luna se alce sobre nosotros! —dijo el Consejero.

La Prueba era realizada a los herederos del Trono con la intención de "asegurar" que la persona idónea sería quien finalmente se sentara en el Trono. En caso de que el heredero no la aprobara, se la realizaba el año siguiente y si nuevamente se reprobaba, se cedía el derecho de hacerla al siguiente heredero en la línea.

Sin embargo, la Prueba debía realizarse a los veintiún años. Y nadie que la aprobara a esa edad había ascendido al trono precisamente a esa edad, sino años después. A excepción de Harry, quien tuvo que hacerlo por los Acuerdos, que irónicamente, no podría firmar.

Y Louis no sabía si temía que su hijo aprobara porque entonces una gran responsabilidad caería sobre sus hombros tan joven. O si temía que la reprobara, porque entonces tendría que ir él mismo y no podía garantizar que la integridad del gobernante de Lenhar se mantuviera intacta.

Desde que tuvo uso de razón, lo único que quería era clavarle una daga justo en el pecho al gobernante de aquella horrible nación que tanto daño había causado. Estaba mal que un omega, es más, que un lobo pensara eso era algo preocupante. Aquellos pensamientos eran humanos, tan incivilizados y frívolos.

Ningún lobo asesinaba por placer o venganza. No era correcto. El honor, sin embargo, era muy válido. Pero no debía pensar en eso ahora, sino en el hecho que de que no podría ver a su hijo hasta la Prueba.

El Concejo dio por terminada su sesión en cuanto la hora de la Prueba fue fijada.

Louis se apresuró a salir del lugar antes de que se les ocurriera a los Consejeros acercársele para darle "palabras de aliento". Suficiente autocompasión por hoy.

La noche cayó tan rápido como era de esperarse y en medio de la bruma nocturna alguien recitaba un mantra con devoción, oculto detrás de los robustos árboles o en algún callejón en dónde no llegara la luz de la luna. 

Las sombras eran peligrosas para almas libres de pecado, la perdición siempre estaba al acecho. Cada segundo era vital para que la oscuridad se reprodujera como mala hierba, como células cancerígenas aumentando exponencialmente. Entre los pilares del castillo deambulan y entre las cortinas se ven sus sombras, vigilan los tejados cual centinelas. El Gran Lobo lo había predicho.

Cuídense las almas que se dejan seducir por la oscuridad y cuídense aquellos inocentes que la desconocen, porque no sólo en los humanos abunda la maldad.

La sangre pronto teñirá los muros del castillo y en las llamas arderá el Trono del niño rey.

La oscuridad no sólo aparece en la noche, ni mucho menos, en la ausencia de Luna.

El alfa perdido.

El omega olvidado.

El beta atrevido.

En medio del caos, la única salida, es el mismo caos.

Kingdom |L.S.| OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora