Capítulo 8.

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Katie.

Comienzo a creer que el universo me odia o que de alguna forma intenta sacarme de mis casillas. Maldito universo.

- Ehm... vengo a tramitar unos papeles de divorcio, mi esposo... ex esposo, bueno, en realidad aun es mi esposo –Dije teniendo tropezones mientras intentaba explicar algo tan tonto.

- Tranquila Katie, no tenemos por qué fingir que no nos conocemos y andar con formalidades, a ver, dame esos papeles –Dijo él, de una manera muy reconfortante. Solté un suspiro de alivio. Había quitado mucha tensión del ambiente.

Le tendí la carpeta y él echó una ojeada veloz a cada uno de los papeles que se encontraban dentro. Esperé unos minutos, mientras inspeccionaba con la vista su despacho. Había dos sofás pequeños justo en la esquina a un lado de la puerta y frente a ellos se encontraba una mesita de vidrio que combinaba con los tonos grises del mobiliario. En las paredes no había muchas cosas, solo una pintura con pocos colores vivos, situada en la pared a mi derecha y unos diplomas dispuestos detrás de Edward. Al otro lado, estaba una biblioteca no tan grande, con libros de lomo vinotinto y negro, además de una puerta que decía Archivero en una placa sobre ella. En suma, la oficina tenía un aire oscuro, que contrastaba con las paredes de un color crema y la luz que se filtraba por los grandes ventanales.

- ¿Y bien? –Inquirí, nerviosa, pues ya habían pasado más de diez minutos sin que Edward me dijera algo.

- Está todo en orden. Por lo visto, su esposo ya firmó su parte, así que solo hace falta la suya, señorita Morgan –Respondió, poniendo los papeles en la mesa e indicándome donde debía colocar mi firma.

Firmé varias páginas, que indicaban el fin de mi pesadilla, por fin sería libre. Mientras terminaba con la última, solté un par de lágrimas, no podía creer que había llegado el momento. La felicidad no cabía dentro de mí.

- Muchas gracias, Dr. Adams. No tiene idea de lo importante que era esto para mí –Le dije, limpiando mis lágrimas con el dorso de mi mano y tomando los papeles.

- Me hago una idea, ¿estás bien? –Preguntó, supongo que por mi breve llanto.

- Si, es solo felicidad contenida –Respondí.

- Es necesaria una celebración por este acontecimiento. Le invito unas copas esta noche –Dijo él y más que una invitación, sonó cómo una orden.

- Me encantaría, pero no creo que a su novia le agrade mucho que salga con un cliente –Dije en modo de respuesta.

- No es solo una cliente, es una amiga. Le recuerdo que nos conocimos bastante hace un rato –Soltó y no supe a qué se refería. Si a todas las preguntas que nos hicimos o al beso tan apasionado que compartimos.

- Entonces no creo que haya problema. Yo invito, al fin y al cabo, te la debo. Fuiste tú quien aceptaste atenderme –Dije levantándome, lista para irme.

- De vez en cuando, cuando haces el bien sin mirar a quién, el universo te lo retribuye positivamente –Respondió.

- Nos vemos, Edward –Y sin más salí.

Caminé rápidamente a mi auto y cuando estaba a punto de encenderlo, me di cuenta de lo que había hecho o, mejor dicho, lo que no. Olvidé pedir el número de Edward ¿ahora como quedaríamos para esta noche? Mierda. Bueno, quizás así sea mejor y este día quede solo como un recuerdo.

Edward.

Mierda, por intentar parecer calmado, ahora he perdido la oportunidad de salir con Katie una vez más. Salió por mi puerta hace unos minutos y en vez de pensar en pedirle su número de teléfono, estaba embelesado viendo las curvas que se escondían debajo de esa falda gris de tubo. Maldita sea.

Elevator.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora