Capítulo siete

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De repente, me suena la alarma, todo había sido una pesadilla, aunque eso no le resta importancia. ¿En qué narices piensa mi subconsciente? Para ser sincera, no entiendo nada, pero siempre que sueño algo, acaba ocurriendo. Doy por hecho que quedé dormida después de la charla con mi madre porque no recuerdo nada más. Ni siquiera si bajé a cenar o no. Sinceramente, siento que me voy a volver loca.

Hoy me voy a poner un jeresey gris y unos vaqueros negros, las vans de cuadros altas y mi reloj dorado, que hace juego con mis ojos color miel. Me hago una coleta bastante alta y dejo un par de mechones castaños fuera. Por último, cojo mi abrigo negro, que me llega por la altura de las rodillas casi.

Cuando ya me he puesto la ropa, bajo, cojo una manzana y salgo por la puerta. Llego a la esquina de mi calle y veo que Sebas me está esperando. Nos dirigimos juntos hacia la parada del autobús y cuando este llega nos montamos en él. Varios minutos después, nos encontramos en el instituto y a lo lejos diviso a Marcos, que se acerca poco a poco a donde estamos.

—Hola— le sonrío. Me saluda haciendo un gesto con la cabeza levemente mientras esboza una media sonrisa. Aún no le he dado las gracias por lo de ayer, pero en algún momento tendré que hacerlo.

—Ains Lena, te conozco demasiado bien. ¿Te gusta Marcos? 

—Otro... ¡ay por Dios! Ni siquiera lo conozco, como mucho me parece atractivo. Además, no creo que hoy sea el día para hablar de chicos.

Un atisbo de curiosidad ilumina su mirada por lo que procedo a contarle mi sueño... (o mejor dicho, mi pesadilla).

—¿Sabes qué me ha pasado? He tenido un sueño rarísimo con Dereck. En él se me insinuaba de una manera un tanto extraña.

—Dicen que cuando sueñas con alguien es porque está pensando en ti — si no fuera por las historias amorosas que tantas veces me ha contado, pensaría que es gay, ¿qué clase de hombre hetero cree en esas cosas? Sin ánimos de ofender a nadie, claro.

—¿Pero qué dices?— me empiezo a reír emitiendo unos sonidos de lo más extraños.

Sebas me acompaña y su risa inunda el pasillo de nuestro instituto.

—Te lo juro y la verdad es que me cuadraría después de lo que ha ocurrido con Rebeca — me quedé boquiabierta, ¿y si lo había manifestado yo? — Lo dejaron anoche. Así sin motivos aparentes… o eso es lo que dicen.

No sé qué me asusta más, si la situación o que Sebas lo sepa todo tan bien. Quiero decir, estoy acostumbrada a escuchar chismes por su parte, pero no tan detallados, como si los supiera de primera mano. Una alarma de alerta se enciende en mi interior y me hace pensar que quizás hay una explicación detrás de todo esto, una que me haría entender por qué no me defendió y por qué sabe tanto sobre la vida amorosa de esos dos.

Necesito irme de allí. No soporto esta situación. Estar pensando en cosas que no me atrevo a asimilar pero que tampoco quiero preguntar. ¿Y si sólo me estaba emparanollando? Le pongo una excusa a Sebastián y me voy al baño.

Me enjuago la cara para dejar de pensar y me meto en uno de los váteres. 

Unos minutos después, alguien toca la puerta. No contesto.

—Lena — dice Marcos.

Me parece increíble que Marcos se digne a venir y Sebas no se preocupe por mí.

—¡Marcos! ¿Qué haces tú aquí?

—Sal...

—¿Ha pasado algo? — pregunto confundida, no estoy entendiendo nada.

—Te he notado rara y quería saber si estabas bien.

¿Debería contarle mi hipótesis, o es mejor esperar?

—No he tenido la oportunidad de darte las gracias en persona, fue muy valiente lo que hiciste. Y gracias ahora también, por venir y preocuparte, pero estoy bien.

—No hay de qué. Si necesitas hablar me lo puedes decir.

Le sonrío y me devuelve la sonrisa. Un gesto tan sencillo como ese, ninguna palabra y ya parece que nos hemos dicho todo. Todo y nada al mismo tiempo. Pero así es la vida, ¿no? Llena de pequeñas cosas y momentos, circunstancias casi imperceptibles que nos hacen ser quienes somos. No todos son tan afortunados como para darse cuenta de los detalles, de que las cosas más insignificantes, acaban siendo las que más importan.

Salimos del baño y nos despedimos, ahora no nos toca ninguna clase juntos. Y la verdad, es un alivio. Ni siquiera puedo mirarle a la cara. Es increíble cómo nos entendemos con solo un gesto o una mirada. ¿Qué narices es esto? Ya sé que puede ser casualidad y nada más, pero un atisbo de luz se va colando poco a poco en las grietas de mi corazón que cada día se tornaba un poco más oscuro, más apagado. Sentir esto con él, lo que siempre he solido considerar simples ademanes, que ahora se transforman en algo  significativo, me confunde profundamente. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué estos mismos gesto pasan desapercibidos cuando otros los hacen y con nosotros no ocurre lo mismo? Quizás estoy buscando respuestas donde solo debería observar y dejar que el tiempo revele la verdad.

Destinos cruzados (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora