Capítulo ocho

38 8 4
                                    

El día transcurre rápido, pasan las horas y clase tras clase, espero impacientemente el momento. Tengo muchos frentes abiertos. Mi situación con Marcos, mi sueño con Dereck, el sitio que tengo que visitar (porque así me convenzo de que estaré mejor), la situación de Sebas, llamar a las chicas, pero sobre todo, encontrar el autor de aquella nota. Y eso no podría ser posible sin ayuda. Necesito alguien que sea lo más discreto posible, así que Sebas descartado. Mi primera opción son las chicas, así que en el primer descanso de la mañana, voy a buscarlas.

De repente, me choco con un chico, aunque no le presto mucha atención ya que tengo que encontrar a las chicas antes de que acabe el descanso.

Sigo bajando las escaleras cuando alguien me llama a lo lejos.

Me giro y entonces le veo. Es él, Marcos.

—Se te ha caído la libreta...

—Ah muchas gracias.

—Esta hoja estaba en ella.

—Es verdad, pero yo no la he escrito.

—Ya lo sé.

—¿Y por qué lo sabes?

—Porque pone una M—. ¡Es verdad, qué tonta! Me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Así que es una M… primera incógnita resuelta (mucha labia para escribir un poema pero poca práctica con los cuadernillos Rubio). Doy por hecho de que es un chico, ya que suelen ser menos cuidadosos con su letra y apuntes. Aunque también hay chicas así. Vamos que sigo igual de perdida.

Cojo la libreta y tengo la intención de seguir buscando a las chicas. Pero entonces, se me ocurre preguntarle algo a Marcos:

—Por casualidad no sabrás quién se sienta en mi sitio cuando dais Literatura, ¿no?

—Podría intentar ayudarte si es lo que deseas. Pero no prometo nada.

Es tan bueno conmigo, aún me pregunto por qué. Le tiendo la libreta y le explico que quiero buscar a su dueño, pero la escasa información y mi nula capacidad de investigar no son buena combinación para descubrir a quién pertenece.

—Si quieres puedo dársela a la persona que se siente ahí o déjala debajo de la mesa, a ver si a alguien le da por cogerla.

—¿Y si la coge otra persona? — le pregunto angustiada.
—No creo que nadie quiera apropiarse de una libreta con textos como este.

—¿Por qué lo dices? A mí me parece bonito que alguien consiga expresar sus sentimientos de esa manera. Quizás lo mejor es que busque ayuda en otra parte.

Me ha molestado su comentario. ¿Por qué se cree con el derecho a burlarse del trabajo de los demás? La gente asi me genera sentimientos que desearía enterrar. Una mezcla de impotencia con rabia. Nunca juzgaría lo que alguien ha plasmado en papel, porque sé lo difícil que es abrirse y mostrar una parte tan vulnerable de uno mismo. Escribir es un acto de valentía, y despreciar eso es como atacar directamente al corazón del que escribe. Respiré hondo, intentando calmar la tormenta interna que sus palabras habían desatado, y decidí que no valía la pena discutir. Guardé la libreta y me alejé. Continuaría por mi cuenta y si no soy capaz, buscaré a las chicas (espero tener más suerte con ellas).

El resto del día procuro evitar a Sebas y a Marcos a toda costa. En varias ocasiones, me encuentro a Nadia y Violeta por los pasillos y en todas ellas me saludam sonrientes y afables. Me caen realmente bien, así que a la hora del desayuno voy a buscarlas. Me siento en su mesa y comenzamos a hablar de temas típicos: los cotilleos más recientes del instituto como la ruptura de Dereck y Rebeca o la verruga de la frente del profesor de francés que cada día duplica su tamaño, también abordamos temas como la música que cada una prefiere y las poco a poco las voy conociendo mejor, aunque, todo hay que decirlo, son como el día y la noche (solo hay que ver el pelo lacio de una y los rizos definidos de la otra) mientras una escucha a Taylor Swift, la otra prefiere a Kanye West (ni siquiera sé cómo siguen siendo amigas) y luego estoy yo, una fan incomprendida de boybands separadas y de un Shawn Mandes que me tiene loca desde los 14 años. Aún recuerdo la primera canción suya que escuché, Treat You Better, la cual se la puedo dedicar a Dereck fácilmente.

Después de estar con las chicas, lo cual tengo que admitir que me vino fenomenal, voy directa a la siguiente clase. Matemáticas. Uno de mis mayores temores y más hoy que estoy intentando no hablar nada con él. Pero justamente cuando llego, le veo sentado en mi sitio. Resoplo.

—Siéntate conmigo–me dice con una mirada de súplica que por un segundo me hace dudar, pero continúo con mi camino—. Por favor…

Entonces me giro y veo la sinceridad en sus ojos, y aunque sigo enfadada, algo en su tono me hace ceder. Con un suspiro pesado, dejo caer mis cosas en el pupitre junto al suyo y me siento sin decir una palabra. Siento su mirada fija en mí, pero no la devuelvo. En cambio, abro mi cuaderno y finjo estar concentrada en mis notas.

—Gracias —murmura él. Yo solo asiento, todavía molesta, pero al menos el ambiente tenso empieza a suavizarse un poco. Quizás, a pesar de mi enfado, estar cerca de él no sea tan malo después de todo y después de un rato (bastante largo, cabe aclarar) ya estoy lo suficientemente a gusto como para quitarle importancia a todo lo ocurrido.

—Me molestó tu comentario. No me gustó que juzgaras lo que una persona siente y es capaz de plasmar en un papel volcando en él todas sus emociones.
—Te entiendo y lo siento, de verdad. Era un simple comentario sin maldad. No pensé que tuviera importancia. Déjame demostrarte que no soy así realmente.

Entonces, me mira  y mi mundo se detuvo por un segundo. Estamos más cerca de lo que creía y la verdad, tampoco me preocupa tanto. Aún así, mi primer impulso es alejarme de él. Su proximidad y cercania me ponen de los nervios.

—Déjame que te acompañe luego a tu casa. Te llevaré a comer un helado o lo que quieras y luego te dejaré allí, en tu puerta, a la hora que desees.

Mis ojos se iluminan de manera inconsciente y una sonrisa se dibuja en mis labios.

—De acuerdo. Pero solo porque me lo debes.

Ahí se acaba la conversación, ya que el profesor nos mira a cada rato, no sé si para enterarse de lo que hablamos o solo porque le interrumpimos un total de siete veces (mínimo). Pero después de nuestra mini-charla, todo ha ido a mejor: las miradas cómplices que sólo entendemos nosotros y que pensamos que nadie más ve, los pequeños roces de nuestros codos al escribir o de nuestras manos al coger el tipex… Cada uno de ellos me hace sentir un cosquilleo en la piel, una especie de corriente eléctrica que me recorre de arriba a abajo. Como la primera vez que sentí su mirada clavándose en mi nuca o el primer contacto visual que tuvimos. Es como si cada vez que nos tocamos, por insignificante que sea, se encendiera una chispa en mí. Me siento extrañamente viva, más consciente de mi entorno, pero también más vulnerable. Una mezcla de nerviosismo y emoción, una sensación que no había experimentado antes con nadie más. Ni siquiera puedo evitar que una pequeña sonrisa se asome en mis labios cada vez que nuestras manos se encuentran, incluso de manera accidental. En estos momentos, aunque sigo un poco enfadada, siento que todo lo demás desaparece, dejando solo ese vínculo silencioso entre nosotros.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 30 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Destinos cruzados (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora