CAPÍTULO 6: Una charla y un puñetazo.

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María apareció corriendo por la puerta del comedor, soltó la mochila en la mesa y me agarró la cara, poniéndome morros de pez. Sabía que odiaba eso, probablemente ese era el motivo por el que lo hacía.

-          ¡Aniiiiiiiita! – apretó más y sonrió. – Mañana es el cumple. Me he comprado un vestido precioso.

-          Yo también – dije zafándome de ella.

-          Ya, pero yo voy con un chico guapo – comenzó a enumerar con la mano – simpático - levantó el tercer dedo y abrió mucho los ojos. – Y que está tri-bueno. – se quedó pensando un momento y luego añadió. – Bueno, el tuyo tampoco está mal.

Comenzamos a reírnos, a carcajadas, mientras ella se sentaba  mi lado y pinchaba un trozo de pollo de mi ensalada.

-          Tía, tengo que contarte una cosa. – dijo despacio, como si tuviese miedo.

-          Dispara.

-          Es Jaime, creo… - noté como se ruborizaba, y sonreí por dentro. Sabía perfectamente lo que iba a decirme. – Me gusta mucho. – se mordió el labio inferior.

-          Ey, me alegro – sonreí mientras le tiraba de un moflete y le saqué la lengua. – De verdad, me alegro mucho, Jaime es buen tío, y le gustas. Mucho.

-          Lo sé.

-          ¿A quién le gusta? – escuché una voz conocida a mis espaldas.

Me giré para ver a Jaime con una bandeja en la mano, la otra en el pecho y un interrogante en la mirada. Sonrió burlonamente.

-          ¿A mí? – abrió aún más los ojos – Pero si la odio – le guiñó un ojo y se sentó con nosotras.

-          Os dejo chicos – dije mientras me levantaba.

Ambos sacudieron la mano y luego me giré, dándoles la espalda. Dejé a bandeja y salí al patio. Vi un círculo de gente y me acerqué, a ver qué pasaba. Y, como es habitual, en el centro estaba Hugo, gritando como un energúmeno a otro chaval.

-          Y no te vuelvas a acercar a ella. – amenazó con el dedo. La verdad es que no sabía quién era, pero no me gustaría estar en su pellejo.

-          ¿Y quién me lo va a impedir? – escuché que decía el otro, burlón. Eso es lo que se dice una cagada máxima, estaba claro que ese tío era nuevo. Nadie desafiaba a Hugo Senra, y eso era un secreto a voces.

Mi hermano soltó una sonrisa torcida, que fue seguida por una carcajada. Se acercó despacio a él y se inclinó hacia delante.

-           Yo – dijo, y le pegó un puñetazo en la mandíbula.

Se dio la vuelta y comenzó a andar hacia “nuestro árbol”. Vi como el nuevo se llevaba la mano a la mandíbula, que estaba más roja que María en sus mejores momentos. No puede evitar sonreír. Me di la vuelta, dirigiéndome al árbol. Hugo se merecía una regañina, y sabía que sus amigos eran lo suficientemente idiotas como para aplaudirle por lo que hizo.

∞Ω∞

Vi a mi hermano sentado, solo, apoyado en el tronco. Tenía el ceño fruncido y un cigarro en la mano. Él no fumaba, su entrenador de fútbol se lo tenía prohibido. Solo lo hacía, según él, “en situaciones en las que, o me fumo un cigarro, o mato a alguien”.

-          ¿Estás bien? – pregunté sentándome a su lado.

-          Si. – dio otra calada, cerrando los ojos mientras soltaba el humo. - ¿Qué tal el día? – me sacudió el pelo y sonrió, ignorando lo que acababa de suceder.

Ese estúpido código de los colegas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora