CAPÍTULO 7: Reflexiones y un cumpleaños.

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Cuando llegamos  a casa, todavía no había nadie. Dejamos las mochilas al pie de la escalera y fuimos directos a la cocina, buscando algo que comer. Las comidas que se hacían en el instituto eran pura supervivencia, y eso todo el mundo lo sabía, así que llegábamos a casa como si no hubiésemos comido en veinte años. Claro, que como dice mi madre, “hambre que espera hartura no es hambre”.

-          ¿A qué hora era el cumpleaños? – pregunté con la boca llena.

-          A las nueve allí.

-          Vale, pues a las siete tienes que empezar a arreglarte, belleza – dije con sorna.

-          Sabes que lo soy – dijo Hugo, poniendo cara de prepotente. Esa cara que me sacaba tanto de mis casillas.

Rodé los ojos y salí de la cocina, dispuesta a darme un laaargo baño, con sales de frutas y todo. Porque yo lo valgo. Subí las escaleras rápidamente, me quité la ropa en mi cuarto y asomé la cabeza para ver si había alguien en el saloncito. Todo despejado. Conté; una, dos y tres; y salí corriendo hasta el baño. Llené la bañera, eché las sales y me sumergí completamente. Al salir, respiré hondo.

De pronto, una imagen llegó a mi cabeza, inconscientemente. Era un chico, de cabello castaño y despeinado, con la tez morena, mirando al frente. Estaba fumando, disfrutando de cada calada. “Mis padres murieron en un accidente de coche, cuando yo tenía catorce años. Mi tío se hizo cargo de mí, pero él es multimillonario al que le importa una mierda lo que haga.” Soltó de repente. Había sido un encuentro raro, desde luego. Apenas conocía a Pablo, y nos llevábamos como el perro y el gato, siendo sinceros, pero habíamos compartido ese extraño momento de confidencias, cosa que hacía aún más extraña nuestra relación.

Y, en ese momento, fue cuando me pregunté hasta qué punto puede llegar un suceso a marcar  una persona. Estaba convencida de que ese chico no era así antes de la muerte de sus padres. Estaba convencida de que era medianamente responsable, dentro de lo que cabe en un adolescente, y no se reía si le expulsaban de un colegio. Estaba convencida de que mi hermano y yo seríamos mucho más coherentes con las exigencias de mi madre si nos hubiese contado porque se separó de mi padre. O que no necesitaríamos esa libertad que le pedimos hace tiempo si pudiésemos haber estado con él más tiempo cuando éramos pequeños.

Siempre había llevado bien el divorcio de mis padres, pero en ese momento me di cuenta de que quería respuestas. Pero, el ser humano era curioso por naturaleza, ¿no? Aunque, también es cierto, la curiosidad mató al gato, ¿no? Bien, definitivamente estaba desvariando. Metí la cabeza en el agua y la sacudí bien, quitándome todas esas ideas absurdas de la cabeza. Hoy era viernes y nada iba a fastidiármelo.

Me levanté, dispuesta a darme una ducha fría para quitarme el atontamiento que me había producido el baño.

∞Ω∞

-          Ya tienes el baño – grité mientras entraba en mi habitación, con las toallas enroscadas.

-          ¡Vale! – escuché como subía las escaleras corriendo y me guiñó un ojo antes de meterse en el baño.

Cerré la puerta, me quité la toalla del cuerpo y me puse la ropa interior más bonita que tenía. No es que tuviese pensado enseñarla, pero yo que sé, gilipolleces que se hacen. Me puse una camiseta de mi hermano, que a él le estaba ya pequeña, aunque yo parecía Mudito. Me quedaba por más de la mitad de los muslos y l manga, supuestamente corta, por la mitad del brazo. Me quité la toalla del pelo y me lo cepillé, intentado aguantar los tirones. Tenía el pelo muy fino, y se me enredaba más que a ninguna otra persona que conociese. Al acabar, me lo sequé con el secador – no iba a meter la cabeza en la secadora – y me miré al espejo, preguntándome como me lo recogería. Finalmente, me recogí ambos lados con unas horquillas que tenían una perlita y me delineé los ojos; me puse rímel y algo de pintalabios rojo, y, por supuesto, un poco de colorete.

Ese estúpido código de los colegas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora