CAPÍTULO 8: Una presentación.

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-          ¡Arriba! – escuché que decía una voz vagamente familiar.

Traté de abrir los ojos, pero realmente no pude. Tenía demasiado sueño y la cabeza como un bombo, así que me limité a girar la cabeza hacia la pared y emitir un “mmm”, indicando que no me levantaría a menos que alguien me llevase a rastras. Y, en este caso, no fue  exactamente así, pero me vi obligada a levantarme de un salto cuando un chorro de agua fría cayó sobre todo mi cuerpo y grité.

Al levantarme, vi allí a Hugo, con una enorme sonrisa a punto de transformarse en carcajada y una jarra de color naranja en la mano. Y la jarra estaba vacía, claro. Todo su contenido estaba sobre mí y mi cama.

-          ¿Qué coño haces? – pregunté.

-          Despertarte. – dijo, como si lo hubiera hecho con besos y mimos.

-          Eres idiota – solté, mientras me ponía de pie y le propinaba un puñetazo en el hombro.

-          Sí, me lo dicen mucho.

-          Pues a ver si te lo aplicas, hermanito – dije sarcástica.

-          Tienes tu café abajo con unos croissants de chocolate que te he comprado, a ver si así me perdonas – dijo con cara de cachorrillo.

-          Me lo pensaré.

Salí, me cambié de ropa – la mía estaba empapada – y bajé trotando las escaleras, dispuesta a devorar esos croissants. En la cocina, estaba mi hermano. Vale, eso es raro; estaba arriba hacía un minuto y ahora estaba ahí abajo comiéndose un croissant.

-          Más te vale – dije mientras me servía un  poco de café – que ese no sea uno de los míos.

-          De hecho, este es el último de los tuyos – dijo mientras se metía el ultimo trozo en la boca.

Me giré, con cara de desesperación, con los ojos a punto de salirse de mis órbitas y vi que todavía quedaban cuatro. Puse cara de póquer y rodé los ojos, se había vuelto gilipollas definitivamente.

-          Otra de esas y te comes los croissants pero con la bolsa incluida. – giré y me senté en frente de Hugo. Cogí uno y lo mordí. Dios, eso sí que estaba bueno y no los modelos de Abercrombie.

-          Oye – dijo poniéndose serio. – ¿Te acuerdas de como volvimos a casa ayer?

-          Cla… - antes de terminar la palabra, hice memoria. Me acordaba de Jack, de mi hermano borracho y luego… de nada más. – No – dije. – esta vez, no solo tú te has emborrachado.

Los dos comenzamos a reír, pero una parte de mí estaba muy lejos de allí. Esa parte estaba desenado subir a mi cuarto a ver si tenía algún mensaje de ese chico de ojos verdes.

-          Hoy nos recoge papá, ¿no? – dije, acordándome de pronto. Mi hermano asintió.

No era que no estuviese a gusto con mi madre, pero veía a mi padre bastante poco y me hacía ilusión cada vez que venía buscarnos. Apuré el café que quedaba, cogí otro bollo y una servilleta y subí corriendo a mi cuarto, dejando a mi hermano solo en la cocina con su teléfono.

Entré, busqué mi teléfono en un montón de basura y le di al botón de desbloqueo. Vi el icono de WhatsApp y mi corazón se aceleró un poquito. Claro, que eso fue lo que me provocó una caída enorme cuando vi que los mensajes eran del grupo de mi clase – que yo solo tenía para preguntar los deberes y copiarme – y del grupo que tengo con Julia y María. Contesté, aunque ya me había deprimido y lo tiré en mi mesa. Comencé a arreglar mi cuarto, antes de irme con mi padre y eché el montón de ropa a lavar, sin molestarme en mirar si era sucia o limpia.

Ese estúpido código de los colegas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora