- ¡Arriba! – escuché que decía una voz vagamente familiar.
Traté de abrir los ojos, pero realmente no pude. Tenía demasiado sueño y la cabeza como un bombo, así que me limité a girar la cabeza hacia la pared y emitir un “mmm”, indicando que no me levantaría a menos que alguien me llevase a rastras. Y, en este caso, no fue exactamente así, pero me vi obligada a levantarme de un salto cuando un chorro de agua fría cayó sobre todo mi cuerpo y grité.
Al levantarme, vi allí a Hugo, con una enorme sonrisa a punto de transformarse en carcajada y una jarra de color naranja en la mano. Y la jarra estaba vacía, claro. Todo su contenido estaba sobre mí y mi cama.
- ¿Qué coño haces? – pregunté.
- Despertarte. – dijo, como si lo hubiera hecho con besos y mimos.
- Eres idiota – solté, mientras me ponía de pie y le propinaba un puñetazo en el hombro.
- Sí, me lo dicen mucho.
- Pues a ver si te lo aplicas, hermanito – dije sarcástica.
- Tienes tu café abajo con unos croissants de chocolate que te he comprado, a ver si así me perdonas – dijo con cara de cachorrillo.
- Me lo pensaré.
Salí, me cambié de ropa – la mía estaba empapada – y bajé trotando las escaleras, dispuesta a devorar esos croissants. En la cocina, estaba mi hermano. Vale, eso es raro; estaba arriba hacía un minuto y ahora estaba ahí abajo comiéndose un croissant.
- Más te vale – dije mientras me servía un poco de café – que ese no sea uno de los míos.
- De hecho, este es el último de los tuyos – dijo mientras se metía el ultimo trozo en la boca.
Me giré, con cara de desesperación, con los ojos a punto de salirse de mis órbitas y vi que todavía quedaban cuatro. Puse cara de póquer y rodé los ojos, se había vuelto gilipollas definitivamente.
- Otra de esas y te comes los croissants pero con la bolsa incluida. – giré y me senté en frente de Hugo. Cogí uno y lo mordí. Dios, eso sí que estaba bueno y no los modelos de Abercrombie.
- Oye – dijo poniéndose serio. – ¿Te acuerdas de como volvimos a casa ayer?
- Cla… - antes de terminar la palabra, hice memoria. Me acordaba de Jack, de mi hermano borracho y luego… de nada más. – No – dije. – esta vez, no solo tú te has emborrachado.
Los dos comenzamos a reír, pero una parte de mí estaba muy lejos de allí. Esa parte estaba desenado subir a mi cuarto a ver si tenía algún mensaje de ese chico de ojos verdes.
- Hoy nos recoge papá, ¿no? – dije, acordándome de pronto. Mi hermano asintió.
No era que no estuviese a gusto con mi madre, pero veía a mi padre bastante poco y me hacía ilusión cada vez que venía buscarnos. Apuré el café que quedaba, cogí otro bollo y una servilleta y subí corriendo a mi cuarto, dejando a mi hermano solo en la cocina con su teléfono.
Entré, busqué mi teléfono en un montón de basura y le di al botón de desbloqueo. Vi el icono de WhatsApp y mi corazón se aceleró un poquito. Claro, que eso fue lo que me provocó una caída enorme cuando vi que los mensajes eran del grupo de mi clase – que yo solo tenía para preguntar los deberes y copiarme – y del grupo que tengo con Julia y María. Contesté, aunque ya me había deprimido y lo tiré en mi mesa. Comencé a arreglar mi cuarto, antes de irme con mi padre y eché el montón de ropa a lavar, sin molestarme en mirar si era sucia o limpia.
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Ese estúpido código de los colegas.
Dla nastolatków"¿Alguna vez te has imaginado viviendo con ese chico del instituto... Ese que es guapo, tiene un cuerpo de modelo, es simpático, saca unas notazas y es el capitán del equipo de fútbol? ¿Ese que es el chico más cotizado del colegio? Y, por supuesto...