IX

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Cuando abro mis ojos lo primero que veo es el rostro de mi madre a muy pocos centímetros del mío. Ella lucía algo joven, sobre todo porque sus mechas californianas adornaban su rostro dándole un aspecto juvenil. Sus pestañas estaban rizadas y sobresalían al igual que el colorete en sus labios que le daba un toque seductor. Recuerdo cuando mi madre dejó de usar maquillaje, diciendo que estaba algo vieja para esas cosas.

Pestañeo tratando de adecuarme al ambiente en el que me encontraba. Era la sala, aunque me parecía algo totalmente raro que aquel cuadro que mi padre pintó de joven siga colgado en la pared cuando mi madre lo botó hace menos de tres años, diciendo que parecía más una obra de arte callejera que un cuadro perteneciente a Van Gogh.

—Jimin, cariño, vamos, despierta. —mi madre da suaves golpes en mi mejilla izquierdo, y gruño ante el contacto. —Papá está afuera con el auto, llegaremos tarde si es que no nos apuramos.

Somnoliento me levanto, frunciendo el ceño y sobando uno de mis ojos. Sigo observando los alrededores, y me percato que el sillón gris, que pensé que había sido remodelado, sigue intacto debajo mío.

—Jimin, ¿puedes dejar de comportarte como un lunático? —levanto la vista observando la mueca de enojo en el rostro de mi madre. —Párate, iré por las llaves. Anda al auto, ni se te ocurra perder un segundo más de paciencia, jovencito.

Me levanto tan rápido como puedo, ya que cuando mi madre se molesta es algo de temer. Muchos dicen que mi carácter ha sido heredado por ella, sobre todo cuando mi padre y yo discutimos y entre la agitación del momento, siempre se le escapan las mismas palabras: "Park Jimin, ¡deja de comportarte como tu madre!"

Tomo la única chaqueta disponible en el perchero, y escondo mi sonrisa de burla cuando me doy cuenta que es mi prenda favorita. Cuando tenía 14 años solía coleccionar ropa con diseño militar, era como una fantasía mía poder convertirme en un veterano cuando sea grande. Mi padre sigue molestándome con ello, pero ahora que el baile es totalmente lo mío gracias a Jungkook, no podía dejar... ¡Espera! ¿Jungkook?

Salgo rápidamente de casa, bajando los peldaños que conducían a la entrada. Y empujo la reja de la cerca, saliendo hacia el exterior. Busco con la mirada la única casa celeste en el vecindario, pero esta es de un color amarillo suave, como la vez en donde Jungkook dejó Corea para...

— ¡Jimin! —la bocina de un auto me saca de mis pensamientos. — Será mejor que subas tu trasero al auto, antes de que yo mismo baje y lo ponga en los asientos de atrás.

Termino de colocarme la chaquete verde militar, y abro la puerta de atrás dándole una sonrisa nerviosa a mi madre quién ya se encontraba en asiento de copiloto. Mi padre arregla el espejo retrovisor, y me da una sonrisa de disculpas cuando nuestras miradas chocan.

Apoyo mi cabeza en la ventana, y escucho como el motor se enciende, indicando que nuestro viaje estaba por comenzar. Me pregunto a dónde iríamos, sobre todo cuando parece que el cielo está a punto de llorar con todas esas nubes grisáceas amontonadas unaa sobre otras. Todo parecía sacado de una película, resaltando que cada cosa que veía me recordaba a mi adolescencia cuando amaba jugar en las calles juntos a mis amigos y el olor a tierra mojada en la lluvia era mi esencia favorita.

Sobre todo, porque recuerdo la vez en que Jungkook se hizo aquella cicatriz en su mejilla izquierda por ayudarme a recoger un pequeño gatito en las afueras de su jardín. Era moteado y producto de la caída que sufrió de un árbol se hizo un pequeño rasguño en una de sus orejas. Jungkook parecía realmente consternado con el pobre animal, así que sin medirse lo alzo para verificar que no tuviera algún otro daño, pero aquel movimiento busco asustó al gato, lo cual terminó arañándole la mejilla sin piedad alguna.

Diarium Magicae × KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora