XII

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"Nadie se sumerge en ninguna aventura esperando resultados mediocres. La gente, pese a tener un chasco nueve de cada diez veces, desea tener al menos una experiencia suprema, aunque sólo sea una vez. Y eso es lo que mueve el mundo." 

Haruki Murakami.

***



La idea de escaparse fue de Damian en primer lugar, tenía muchas ganas de correr a caballo por las praderas que rodeaban la casa de la abuela Martha, pero sabía que su padre no iba a darle permiso de irse otra vez a Kansas porque recién había salido y él tenía ideas muy firmes sobre cada cuando sus hijos podían ir de excursión. Jon estuvo de acuerdo en cuanto le comentó la idea, bien por él porque podía saltarse clases como Damian y le emocionaba la idea de viajar solos hacia donde Martha sin los estorbosos adultos que siempre estaban diciéndoles de cosas. Ambos escaparon durante sus respectivos recesos, escabulléndose hacia la terminal de autobuses en donde compraron boletos pagándole a una chica mayor para que comprara sus boletos y no les hicieran preguntas incómodas. Jon estaba eufórico por semejante atrevimiento que en su vida se le había ocurrido, haciendo planes de todo lo que jugarían con su abuela mientras subían al autobús.

—¡Y comeremos tarta de durazno! —exclamó Jon, cuando el autobús al fin salió de la terminal.

Llegaron a buena hora donde Martha, quien se sorprendió de ver un par de niños en sus uniformes escolares y una enorme sonrisa esperando entrar por su puerta. Repartió besos y abrazos a ambos entre pequeñas amonestaciones por haber viajado solos, luego consintiéndoles con una buena comida antes de ir a cabalgar los tres.

—Les mostraré la tumba del hombre sin manos.

—¡Wooooooow!

Sus ánimos por la cabalgata se elevaron de escuchar semejante historia de la zona, sobre un asesino perseguido por cazadores que al alcanzarle le cortaron sus manos que le obligaron a comer y luego lo ahorcaron en un árbol, siendo enterrado ahí. Una historia de miedo que fue como imán para aquel par de traviesos montados en sus caballos, mirando con ojos grandes hacia el horizonte hasta que miraron ese árbol torcido como si una mano gigante lo hubiera moldeado así, seco por completo, sin que nadie lo cortara por temor a la leyenda. Si la historia era verdad o era mentira eso poco les importó, corriendo alrededor del árbol esperando por ver por uno de sus agujeros al hombre sin manos espiándoles. Martha solo rió, cuidando de los tres caballos mientras aquellos niños se divertían, se revolcaban en el pasto con lodo y al fin pedían volver cuando sus estómagos estuvieron llenos de nuevo.

Cuando regresaron, se encontraron con la sorpresa no muy agradable de ver a Lois Lane ahí, más que enfurecida con ellos por haberse marchado así cuando todos los estaban buscando. Damian frunció su ceño porque no le pareció algo por lo cual exaltarse tanto, notando las llamadas de Alfred, de Dick y de su padre en su celular igual que Jon. Ambos habían dejado sus teléfonos cuando fueron de cabalgata, olvidándose por esas horas de Metrópolis para solamente concentrarse en una historia de un pueblo de Kansas. Martha calmó a Lois, mostrándole que los pequeños estaban a salvo, bien comidos y que necesitaban una cena ligera antes de volver a la ciudad. Tanto Jon como Damian abrazaron a la abuela Martha en agradecimiento, sintiendo que cuando regresaran les esperaba más que un regaño por parte de sus padres. Damian seguía sin comprender por qué tanto alboroto por una salida tan inocente. No fue sino hasta que vio a Dick y Alfred junto a Tim, los tres ansiosos y molestos es que comenzó a darse una idea.

—¿Dónde estabas? —asi gritó Dick al verle bajar del auto de Lois a quien dio gracias.

—En casa de la abuela Martha.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora